Quizás les haya pasado (como a mí) de ir en oración a Dios totalmente convencidos de que tienen toda la razón y de que la otra persona -sea cónyuge, familiar, vecino, compañero de trabajo- es quien tiene toda la culpa.
Y si en esa oración empezaron a enumerar cada una de las razones a su favor, resaltando cada una de las faltas cometidas por la otra persona, seguramente les pasó (como a mí) que Dios los sorprendió con una respuesta que no era la que esperaban.
Porque Dios les (me) pidió humildad, dejar fuera el orgullo y buscar el acuerdo. Entonces, el desafío está en dejar de centrarnos en el error de la otra persona o en ver quién tiene “más” razón y en su lugar, sanar primero el propio corazón.
Porque un corazón herido, hiere, pero un corazón sano, sana. Que nuestra oración (la mía) pueda ser:
“Señor, que en este día pueda sanar primero mi corazón para poder sanas mis relaciones con los demás”.