El día anterior a la cruz, Jesús tuvo una charla muy íntima con los 11 discípulos, en el huerto de los Olivos. Judas ya no estaba entre ellos, estaba ocupado…
Jesús sabía que los eventos que se avecinaban iban a hacer temblar la incipiente fe de éstos, sus discípulos, tan tardos para entender, tan terrenales y limitados de vista todavía.
Parafraseando, les dice: “Escuchen, no permitan que la angustia llene sus corazones con todo lo que va a ocurrir a partir de esta noche. Confíen, sólo confíen. ¿Confían en Dios? Confíen en mí también”.
Podemos estar pasando un buen tiempo, todo en orden, y así contestamos al saludo “todo tranquilo” y salvo alguna que otra cosa, es verdad, sin embargo, como un río subterráneo, a veces al despertarnos, o al momento del silencio de la noche sube una angustia, un sentimiento que los seres humanos sufren, por ser conscientes de que todo tiene un irremediable final. El auto 0 km que compramos, un día va a ser una chatarra, la ropa, la casa y aun nuestro cuerpo se irán deteriorando porque todo tiende al caos. Hacemos terribles esfuerzos para mantener lo que naturalmente se deteriora. Y una angustia subterránea como un géiser, rompe la superficie y aflora. Entiendo que no debemos negarla, pero Jesús fue claro: “no permitan que llene sus corazones”. Porque cuando el alma se perturba, la angustia se transforma en el velo a través del cual miramos la vida.
Muchas veces Jesús les repitió, “yo no soy de este mundo, no pertenezco a este reino, mi Reino es uno que no se deteriora. Es eterno.”
“Voy a preparar un lugar para ustedes. Porque en la casa de mi Padre hay mucho lugar, y donde yo este ustedes van a estar”.
Jesús dejó en esa noche crucial, un mensaje para todos los que creyeran. “Confía, confía en el amor del Padre y en mí, a pesar de lo que veas”. Tenemos siempre delante nuestro la posibilidad de dos caminos. El camino del miedo, una senda que sólo nos lleva a más oscuridad, y el camino de la confianza.
El que teme tiene en frente suyo, una película con un sinfín de situaciones estremecedoras e inquietantes, el temor lo arrastra a la angustia y hasta puede llenarlo de odio hacia la causa del dolor.
Pero aún, si te encaminas en esa vía dolorosa, igualmente Jesús caminará a tu lado, como en el relato de Emaús. Después de los eventos tan trágicos de la crucifixión, dos discípulos paralizados de tristeza y miedo abandonaron Jerusalén, volvían para su pueblo con el sabor amargo de que todo en lo que habían creído había terminado tan mal. Inesperadamente alguien se les sumó a la caminata. Pero no lo reconocieron porque la angustia velaba sus ojos.
Así lo cuenta Lucas: “Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos; pero no lo reconocieron, pues sus ojos estaban velados. ‘¿Qué vienen hablando por el camino?’, preguntó. Y se detuvieron, cabizbajos. ‘¿Eres tú el único peregrino en Jerusalén que no se ha enterado de todo lo que ha pasado recientemente?’
‘¿Qué es lo que ha pasado?’, preguntó el Señor”.
¿No es maravilloso que él quiso conversar y escucharlos? Y caminando con ellos, Jesús les habló de que todo ya había sido anunciado por los profetas y que era necesario que ocurriera así, para que se abriera la gran puerta de salvación, el Reino de los Cielos irrumpiendo en este mundo con perdón y vida eterna, en donde ellos solo veían muerte y desesperanza.
Podemos elegir creer y confiar. Y este es el camino de la paz. ¡Cuántas veces después de que pasé situaciones de todo tipo, y pude ver a Dios obrando, me pregunté por qué lo viví con tanta angustia! Si hubiera confiado, cuánto dolor y tristeza hubiese evitado. Hoy estoy aprendiendo a elegir el camino de la confianza en ÉL, en su amor. Hoy creo que soy amada, y con mi vida, él se alegra.
Casi al final de la charla Jesús les dijo: “Les dejo un regalo: paz en la mente y en el corazón. Y la paz que yo doy es un regalo que el mundo no puede dar. Así que no se angustien ni tengan miedo”.
La senda está abierta para todos los que la elijan. Caminemos confiando y la paz llenará nuestros días, hasta el final. Es una decisión.
“Señor, elijo confiar, confío en el amor que me buscó y me salvó, recibo ese regalo de paz en mi mente y corazón”.