Si eres un cristiano promedio como yo, seguramente amas a Dios, confías en Su Palabra y te aferras a Su promesa de una eternidad junto a Él. Hay un pequeño problema: ¡la vida acá en la tierra! Las aflicciones son comunes, la alegría va y viene y el día a día no es fácil en la familia, trabajo o país al que pertenecemos. La incertidumbre y la duda intentan abrumarnos constantemente y con frecuencia lo logran. Nos cuesta entender los “cómo” y “cuándo” y aceptar los “por qué” de Dios.
Luego de un exitoso tiempo de ministración en la región de Capernaúm y al otro lado del Jordán, encontramos a Jesús en Marcos 10:32 cuesta arriba hacia Jerusalén, camino a su propósito final. Este no era un paseo más para otra fiesta de las tantas que tenían los judíos. Una vez allí ya no habría vuelta atrás.
El Maestro sabía perfectamente lo que sucedería y se lo comunicó a Sus discípulos para que supieran a lo que se tendrían que enfrentar. El asombro y el temor que ellos tenían al ver la dirección que Jesús había tomado no hizo más que multiplicarse al oír Sus tristes palabras. El dolor y el sufrimiento era inevitable. El miedo también.
Entre tantas fatalidades a punto de suceder, había una promesa: “al tercer día resucitará”. Pero, ¿quién se contentaría con padecer quién sabe cuánto y para qué simplemente con una promesa de luego volver a la condición previa? Necesitarían un poco de tiempo y mucho del Espíritu Santo para comprender lo que estaba ocurriendo.
Mientras tanto, Jesús hizo algo clave para ayudarlos a sobrellevar el momento. Dice el pasaje que Él “se adelantó” a ellos en su caminata. Como general al mando asumió el reto, tomó la cabecera del grupo y se dispuso a guiarlos a través de la batalla emocional y la procesión interna. Y eso es justo lo que hace con nosotros en nuestros tiempos más oscuros.
El autor de Hebreos nos enseña a mantener la mirada fija en Jesús para no cansarnos ni perder el ánimo en medio de la carrera. Moisés había experimentado cómo Dios guiaba al pueblo en el desierto por medio de una nube de día y una columna de fuego durante la noche, por eso le dijo a Josué cuando éste se preparaba para sucederlo: “El Señor mismo marchará al frente de ti y estará contigo; nunca te dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes” (Dt. 31:8).
Jesús no sólo está con nosotros como prometió, también tenemos la seguridad que va delante nuestro abriendo camino y luchando nuestras batallas como el Señor de los Ejércitos. Aunque muchas sean las aflicciones, podemos confiar porque quien ha vencido al mundo está al frente marchando triunfalmente.
“Señor, dame fuerzas para atravesar los tiempos difíciles y entendimiento para saber que nunca me abandonas. Abre mis ojos para poder ver que Tú vas por delante y guías cada uno de mis pasos. Confío en Ti”.