Muchas veces explotamos, nos enojamos en gran manera y cuando pasa ese enojo nos damos cuenta de que la razón por la cual sucedió eso era una pequeñez. Un mal gesto, una mala mirada, se cayó la esponja, se quemó una milanesa o un montón de cosas pequeñas que por sí solas no tienen importancia, pero cuando se juntan con otras, sí la tienen, y mucha.
Luego, nos arrepentimos de esas cosas porque “en frío”, sin otro problema, sin nada acumulado, caemos en la cuenta de que no tendríamos que haber “explotado” porque se cayó la esponja, por ejemplo. No sé a ustedes, pero a mí, a veces me pasa.
Cuando se te cae la esponja, después se apaga la computadora, el gato tira un vaso y así se van sumando varios hechos en un corto plazo de tiempo o en un día que hacen que entremos en cólera. En esos momentos contestamos mal, tal vez le faltamos el respeto a otro… ¿Entonces qué hacemos?
Porque no lo hacemos a propósito. Es más, nos desconocemos, porque en un momento reaccionamos de esa manera y en esos momentos es como si no pudiéramos controlarlo. Pero la realidad es que de alguna manera podemos.
La principal y la más útil es pedirle a Dios que nos ayude a poder controlar nuestro carácter, a poder pasar por alto accidentes o actitudes de otras personas que no tienen en sí, la voluntad de airarnos.
Muchas veces hay cosas que tocan nuestro orgullo: “¡Pero mira cómo me miró!” o “¿Cómo se le va a ocurrir contestarme de esta manera?” Algunos se escudan diciendo: “Bueno, ustedes saben que yo soy así”. Sabemos que a veces somos muy orgullosos y no podemos tolerar que alguien nos hable de una mala manera.
Pero si nos ponemos a pensar seriamente, veremos que, haciendo un esfuerzo por calmarnos, preguntándonos: “¿Esto es tan grave?”, nos vamos a dar cuenta de que no vale la pena. Yo lo intento, pero les digo que ¡no es fácil! A mí me pasa cuando manejo, que algún conductor imprudente se cruza o quiere adelantarme por la mano derecha (en Argentina, se debe sobrepasar por la izquierda) y yo me enojo, como creo que muchos…
Pero la realidad es que, si nosotros podemos tranquilizarnos, si logramos hacer una pausa de un instante, vamos a ser beneficiados. Cuando nos enojamos así, nuestra salud se resiente. Tal vez no en gran manera, pero si tenemos presión alta o algo por el estilo puede repercutir y algo sin mucha gravedad puede hacernos tener un gran problema. Les digo que no tengo la solución, aunque desde que escribí esto, lo estoy intentando y en ocasiones resulta.
Lo que yo voy a hacer -y les dejo la idea para que ustedes lo puedan hacer-, es esto: Tratemos de concentrarnos, cuando pasa algo específicamente en eso. Ni todo el mundo está en nuestra contra, ni todos los conductores manejan mal, ni es que no servimos para nada.
Es muy probable que, para algo en particular, no seamos buenos… Y si alguien está enojado conmigo, eso no quiere decir que todos lo estén. O si alguien no me quiere o no le agrado, no quiere decir que nadie me quiera, que a nadie le agrademos. Tratemos de concentrarnos solamente en eso que pasó, en esa situación o esa acción.
¿Se cayó la esponja? bueno, no es tan grave, la levanto y listo. Y ahí terminó ese incidente o ese problema. Una vez que tratemos cada inconveniente por separado y no dejemos que se junten para generar bronca o enojos injustificados, nos daremos cuenta de que ganamos en alegría, ganamos en paz, porque la realidad es que enojarse con alguien (o algo) o pelearse, altera nuestra paz.
La Biblia dice en Filipenses 4:6: “No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho”.
Yo lo voy a probar… ¿Se animan?
“Señor, moldea mi vida, mis actitudes, mis contestaciones, mi trato con los demás. Que puedan ver tu presencia en mí a través de la forma en que reacciono cuando las cosas no salen como me gusta. Ayúdame a ser mejor cada día”.