En el 2002 tuve la posibilidad de viajar a un paraje escondido llamado El Impenetrable, en la provincia del Chaco, en la República Argentina. Estuve en un lugar llamado Espinillo, más adentro del Bermejito, cerca del río Bermejo, en el norte de mi país. Ahí me encontré con una comunidad aborigen, un pueblo originario que en este momento es el más grande en Argentina, los tobas o, como le decían los guaraníes, “los guaicurú”, que significa “salvajes” en guaraní.
Mas yo no encontré salvajes, sino hombres, mujeres y niños con un hambre descomunal. No, no te asusté, los tobas son buenos cazadores y allí comí unos buenos jabalíes y otros animales, entre tortillas de harina hechas en las brasas, pero, aunque los alimentos estaban ahí ellos aún tenían hambre.
No olvidaré una gran mesa a la sombra de un árbol, dónde los que hablaban eran siempre los hombres, más en un momento se le dio lugar a una de las mujeres más ancianas y ella entre lágrimas habló. Pudimos compartir las fiestas con ellos y recibir el 2003, pero lo más emocionante de mi viaje fue ver cómo su hambre era saciada al compartir la Escritura.
Jesús predicaba y sus discípulos lo seguían, pero hubo un momento en que la muchedumbre aumentó y los abrazó la preocupación de qué le darían de comer a toda esa gente. Jesús, sin titubear, les dice: “Denles ustedes de comer”. Conocemos la historia y el milagro de los panes y los peces, pero a veces obviamos el mandato de Jesús. “Denles ustedes de comer”. El Señor sabía que mientras Él estuviera, Él debía ser manifestado, pero también sabía que quedaríamos nosotros, sus discípulos, para hacer la tarea que nos encomendó.
Hay momento que sólo nos preocupamos por satisfacer las necesidades del cuerpo del hombre, pero desestimamos el hambre espiritual. Otras sólo creemos que debemos suplir el hambre espiritual y no consideramos las necesidades básicas. Pero Jesús nos muestra que no es una sola tarea la que tenemos que hacer sino el complemento de ambas. La gente necesita la manifestación de los hijos de Dios, que se revele la compasión y la misericordia, que pidamos suplir necesidades, que pidamos acompañar procesos, que no nos abracemos a las miserias y preparemos un buen banquete a todo nivel.
Jesús nos ha dotado para preparar platos exquisitos para la multitud de comensales, tenemos todos los ingredientes para saciar a cualquiera, pero a veces sólo están ahí en la nevera esperando ser usados.
No dejemos de dar de comer a la multitud, no dejemos de cumplir el mandato del maestro. “Denles ustedes de comer”, porque es nuestro el legado, es nuestra la responsabilidad, es nuestro el mandato y es nuestra la recompensa.
“Señor Jesús, provéenos las capacidades para alimentar a esta sociedad carente de nutrientes que sacien sus vidas y sus cuerpos. Danos la posibilidad de ser quienes alimentemos a los 5 mil que te necesitan, que necesitan de tus palabras de vida. Ayúdanos a ser discípulos que estemos dispuestos a hacer milagros mayores de los que Tú ya hiciste”.