El miedo, la confusión y el orgullo son elementos de nuestra vida interior que nos hacen ver cosas que no existen, tanto peligros como posibilidades o fuerzas propias. A veces son invenciones, otras veces cambios de magnitud, haciendo que sea grande lo que en realidad es minúsculo.
Sabemos que el viento no es algo visible, pero el evangelista usó esa figura literaria porque nos describe muy bien el pavor que tenía el apóstol. Cuando Jesús habló del viento a Nicodemo, le dijo: “Oyes su sonido”, porque estaban conversando en una noche tranquila.
¿Existe realmente eso que estamos viendo a nuestro alrededor o es algo que nos imaginamos? Por supuesto, el viento puede estar soplando y dificultándonos la marcha, ¡pero no como para obstruirnos el camino de la vida! La tendencia natural de considerar que nuestros problemas nos afectan más de lo que es cierto debe ser combatida como lo hizo Pedro: mirando a Jesús.
“Señor, que no me asusten los vientos que me atacan y que deje de mirarlos o imaginarlos, buscando la solución en los ojos de Cristo”.
(*) Tomado del libro “Meditaciones diarias”.