En el día de hoy quisiera llevarte a pensar en una sugerencia que el apóstol Pablo le hace a su hijo espiritual Timoteo, en la primera carta que éste le envía: “Ejercítate para la piedad”.
Algunas otras versiones lo expresan de la siguiente manera: “Emplea el tiempo y las energías en ejercitarte para vivir como Dios manda”, “Entrénate para la sumisión a Dios” o “Ejercítate en una vida auténticamente piadosa”.
Esta sugerencia de tan sólo cuatro palabras me lleva a pensar en dos cuestiones:
1. Somos llamados a ser piadosos: el diccionario define al piadoso como aquel que inspira, implica o denota devoción y piedad religiosa. No es esta una palabra que utilicemos en nuestro lenguaje cotidiano, ni aún me atrevería a decir dentro de la iglesia. En nuestra cultura o entorno no es demasiado popular serlo. ¿Te imaginas contándole a tus amigos que tu objetivo es ser piadoso? ¿Qué reacción tendrían ellos? ¿Qué palabras pronunciarían frente a tu declaración? Fuimos llamados a vivir de una manera absolutamente contracultural. Fuimos llamados a ser piadosos.
2. Debemos ejercitarnos para llegar a ser piadosos: no surge de manera natural, sino de manera intencional. El apóstol Pablo declara en una de sus cartas: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. Se libraba en su interior una batalla enorme: la misma que intenta impedir que alcancemos la piedad que tanto deseamos. Cuando esa batalla es ganada, no solo redunda en beneficio personal, sino que edifica la vida de las personas que están en nuestro entorno.
Tú y yo fuimos llamados a ejercitarnos en la piedad.
“Señor, dame la paciencia para ejercitarme día a día en ser piadoso, tal como me aconsejas en tu palabra”.