Un hombre se sentó en una estación del subte de Washington y comenzó a tocar el violín, una fría mañana de enero; tocó seis piezas de Bach durante aproximadamente 45 minutos. Durante ese tiempo, ya que era hora de pico, se calcula que más de 1000 personas pasaron por la estación. En el tiempo que el músico tocó, sólo unas pocas personas se detuvieron a mirar un rato, otros le dieron dinero y continuaron su camino.
Quien prestó mayor atención fue un niño que iba de la mano de su madre, la cual apurada, obligo al niño a seguir su camino. Cuando dejó de tocar, tomó unos pocos dólares, guardó el violín, nadie se dio cuenta, nadie aplaudió, ni hubo ningún tipo de reconocimiento y el silencio volvió a ser el protagonista del lugar.
Nadie sabía que este violinista era Joshua Bell, uno de los músicos más talentosos del mundo. Tocó la música en un violín de 3,5 millones de dólares. Días antes de tocar en el metro, Joshua Bell agotó un teatro en Boston, donde cada lugar costó un promedio de 100 dólares.
Esta es una historia real, Joshua Bell tocó incógnito en la estación de metro en un evento organizado por el Washington Post que formaba parte de una experiencia social sobre percepción, gustos y prioridades. La consigna era: en un lugar común, en una hora inapropiada ¿somos capaces de percibir la belleza? ¿Paramos para disfrutar? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado? Una de las posibles conclusiones que se pueden sacar de esta experiencia puede ser: “Si no tenemos un momento para parar y escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocar música, ¿cuántas otras cosas nos estaremos perdiendo?”
A veces nos pasa algo similar con Dios, quien nos bendice y obra en nosotros todo el tiempo, pero la vida terrenal nos hace vivir en automático demasiado tiempo, ofreciendo cosas banales, triviales y malas noticias que a veces nos hacen perder el foco de lo importante y dejar de percibir lo hermoso del obrar de Dios. “Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra”, dice Colosenses 3:2. Miremos el obrar de Dios que ha vencido al mundo, a pesar que el mundo nos muestre que no parece. Dios está cerca, pero debemos estar con los ojos espirituales abiertos para verlo y disfrutarlo.
“Señor, haz que pueda detenerme un momento para contemplar aquellas cosas maravillosas que tienes para mí. Que la vorágine del mundo no entorpezcan el disfrute de las bendiciones que me esperan a cada paso”.