Cuando hablamos se desarrollan muchos factores dentro de esa comunicación. Se dice que el 55% de la conversación es postulada, es mostrar con mi cuerpo que me interesa esa charla acompañado de los gestos. El 38% se rige en torno al empleo de la voz, y su tonalidad, mientras que el 7% restante son nada más y nada menos que las palabras. En conclusión, en una conversación lo que más queda en las personas es la manera en que nos comportamos, gesticulamos, un ademán, un bostezo o elevar la voz mientras hablamos. Eso dice mucho, es asombroso.
Ahora bien, continúo con mi observación, cual etnógrafo. En una charla familiar, de trabajo o con amigos, en algún bar o en una cena, surge un tema específico y se comienza a debatir. Ahí es cuando se desarrolla la conversación.
Te invito a que te imagines el siguiente escenario. Primero, el nivel del tono de voz que se maneja a medida que cada participante va exponiendo sus opiniones. Segundo, cuando no se está entendiendo lo que se quiere decir, o no se está de acuerdo ya casi todos están anulados, nadie se escucha. Para ello, salen a florecer lo peor de uno al no tener ya más recursos argumentativos para exponer ¿Te suena familiar? Tercero, no se respetan, se comienza a gritar, tal vez a insultar (puede pasar) hasta llegar a crear un ambiente muy tenso. Cuarto, todos quieren hablar pero nadie escucha, o lo hacen pero pensando qué van a contestar luego; no se está oyendo. Quinto, en ocasiones se concluye con algún que otro enojo, empleando las siguientes afirmaciones: “tú no entiendes”, o “estás equivocada/o”. Después de semejante número, invade un incómodo silencio, en el que queda demostrado la imposibilidad de dominar los instintos naturales.
Conversar significa “girar juntos” tal y como se hace cuando se está bailando. Parece ilógico, ¿verdad? Pero, ¿qué tal si giramos juntos? No es ganar o perder, es llegar a un acuerdo, para así transmitir nuestras ideas y por consiguiente darnos a entender sin elevar la voz, irritarnos, ofendernos o hasta llegar a cortar con algún tipo de relación familiar, de amistad y hasta congregacional.
Aprendamos a escuchar, quizás así logremos empatizar o sacar algo constructivo de la exposición del otro. Podemos observar en el libro de los Hechos, varios conflictos, discusiones y pleitos. La razón era la génesis de la Iglesia y su desarrollo en plena era de persecución. Las distintas ideas, pensamientos que eran propios, bajo un tiempo en que se estaban afianzando y reorganizando las enseñanzas heredadas por Jesús. Un ejemplo claro es el relato de Apolos que se encuentra en el capítulo 18 del libro de Hechos de los Apóstoles. Allí cuenta cómo Aquila y Priscila “le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios”. Fue difícil el acuerdo, pero resultó favorable.
En capítulos anteriores del mismo libro de los Hechos se describe otro altercado en cuanto a la enseñanza de la circuncisión, cómo Pablo y Bernabé tuvieron una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión (Hch. 15:1-4).
La necesidad de que otro intervenga en los asuntos donde hay conflictos, es esencial. Quien logre jugar el papel de árbitro generando una mirada objetiva, neutral entre los oferentes, quien logre frenar, hallar un punto medio en las cuestiones conflictivas, llegar a reflexionar y repensar, analizando qué sería justo, no arengando o echando más leña al fuego. Desde ya, siempre existieron los conflictos. La Iglesia Primitiva, en tanto, se vio en la obligación de reorganizar, priorizar las enseñanzas resguardándolas de las falsas doctrinas. Aún entre los apóstoles hubo una que otra discusión. En definitiva, cada quien es responsable de cómo va a reaccionar, si se deja llevar pasionalmente, sanguíneamente por las emociones que ciegan, nublando el entendimiento y la cordura. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de la elección, del libre albedrío por lo cual tiene como resultado el camino de la prudencia y la sabiduría.
No debemos dejar heridas abiertas, deberíamos aprender a cerrar conflictos, sabiendo que los problemas no resueltos se repiten una y otra vez encerrados en un bucle constante. La conversación tiene que girar en cuanto al respeto, a la escucha bio, psico y espiritual. Estoy ahí para la persona, dispongo con todo mi cuerpo y alma al oír atentamente cada palabra. No tengo que ganar la discusión, tengo que ir en pos del acuerdo, en pos de la verdad. De eso se trata las referencias bíblicas expresadas anteriormente. Los Apóstoles no luchaban por ganar una discusión, peleaban para que triunfara la verdad. Cada palabra, enseñanza y mandato de Jesús, alejados de los agregados humanistas de aquellos que querían desviar de la verdad a las personas que se acercaban al verdadero evangelio. Y tú, ¿cómo eres a la hora de conversar?