A veces pensamos que lo importante y trascendente nos queda lejos. La espectacularidad de un evento parece incrementar el significado, pero puede que ni siquiera tengamos una invitación para participar. Lo simple es “demasiado vulgar”.
Cuando pienso en esta escena, veo lo sencillo y a la vez importante de los hechos que están sucediendo en una comida. Puede ser la charla más trascendente de la historia, o una simple sobremesa. Puede ser elementos corrientes como pan y vino, o símbolos de un pacto eterno.
Me sorprende lo cotidiano que fue Jesús. ¿Cómo vino el Salvador del mundo en forma de bebé? Hoy quizás el símbolo del pesebre nos hace agregarle un halo de pomposidad y respeto por las festividades, pero lo cierto es que era un no lugar. Algo común, sin importancia.
Continuamente Dios revaloriza nuestros estándares, y lo más sorpresivo es el detalle que le da a lo cotidiano, a lo simple. “Mientras comían” Jesús enfocó la charla para que se dieran cuenta de que lo que estaba pasando ahí era un símbolo de lo eterno. “Mientras comían” les fue contando (según lo que nos relata el evangelio de Juan acerca de esa última cena) el rol futuro del Espíritu en su vida.
Esa mesa eterna, a la cual siempre somos invitados, no parece la gran cosa. Somos tentados a prepararle un lugar distinto para Jesús. Queremos hacerlo bien y eso está perfecto. Pero quizás a veces nos perdemos entre tanta liturgia y nos olvidamos que su intención es estar cerca. Lo ubicamos en un día y lugar específico, pero perdemos la relación. Jesús quiere estar tan cerca como para compartir tu cotidianidad.
Claro que lo especial es importante pero, ¿estás listo o lista para entregarle tus mesas? ¿Lo simple y cotidiano? Quizás ahí obtengas una revelación que fue preparada desde la eternidad para ser desenvuelta en forma de pan y vino.
“Señor, hazme vivir esa mesa cotidiana en la que pueda disfrutar aquellas cosas que tienes preparadas para mí. Que nuestra relación sea como el pan de cada día, tan simple, pero tan esencial”