Perdón es una palabra compuesta. Per-es un superlativo. Don- quiere decir grande. Literalmente la palara “perdón” quiere decir “regalo grande”. ¡Cuando perdonamos nos damos un gran regalo! El perdón es un milagro. Me he dado cuenta de que, por lo general, las personas deciden perdonar cuando se percatan de que permanecen como heridas ambulantes si no lo hacen. Un fundamento para ser feliz es haber perdonado a quien nos hizo daño, aunque nunca reconozca lo que nos hizo.
Nadie hace planes para recibir una herida, una infidelidad, una traición o una venganza. Quizá hayas soportado el maltrato en tu infancia y todavía estés batallando con las secuelas que esto le trajo a tu vida. Tal vez quien te dañó fuera un pariente cercano. A lo mejor la disfunción en tu hogar de origen provocara que casi todas tus relaciones interpersonales resulten complejas para ti. Es posible que vivas con ira hacia tu madre, padre, un hermano, abuelo, primo, un ministro, una expareja o quien sea que identifiques que haya tenido un impacto negativo en tu vida. Quizá sea un esposo a quien sientes distante, frío e inexpresivo. Un cónyuge cuyas prioridades y valores no coinciden con los tuyos. Alguien que a menudo te olvida o te desatiende suele ser muy doloroso y generar profundos sentimientos de vacío. A lo mejor se trata de un supervisor o jefe en tu área de trabajo por el que te sintieras marginado o menospreciado. Es posible que sea un pastor el que te traicionara o te destruyera. Estos eventos ocurren. Esta clase de experiencias suelen ser repentinas o lentas, pero dolorosas, destructivas, que nos dejan sin aliento y con un profundo peso en el pecho.
Perdonar es deshacerse de la amargura. Cuando nos negamos a perdonar, le damos lugar a la aflicción y a la ira. Ganan terreno en nuestra mente y se salen con la suya dañando la forma en que nos tratamos a nosotros mismos, la forma en que somos con los demás, y hasta nos podemos insensibilizar a la voz del Espíritu Santo.
Son muchos los que han tomado la decisión de perdonar, pero es todo un proceso convertir ese deseo en acción. La realidad es que mientras más rápido se perdone a nuestros ofensores, mucho mejor será para nosotros. Esta es la principal razón por la que no tenemos que esperar a que las personas que nos han dañado nos pidan perdón para entonces perdonarles. No debemos condicionar el darle un cierre emocional a los daños que nos han infligido al hecho de que haya una admisión de falta en el ofensor. En muchos casos, los que nos lastimaron no piden perdón, ni siquiera tienen la conciencia de reconocer el daño que nos hicieron. Perdona aunque nunca te admitan que te hicieron daño. ¡Sé libre!
“Amado Señor: Hoy encuentro un tesoro porque perdono. Ayúdame a completar el proceso saludablemente. ¡Contigo todo lo puedo hacer!”