La educación es excelente, hace subir al individuo a un nivel más. Libera el potencial. Dicen los expertos, que nosotros pasamos por 4 etapas en la educación. Y me tomé la libertad de hacer un paralelo con lo que podríamos llamar “educación financiera”, ya que para el manejo del dinero, también tenemos que tener nuestro aprendizaje.
Ninguno de los que estamos aquí nació sabiendo; todos hemos adquirido conocimientos impartidos por otra persona que las vivió antes que nosotros. Por eso, vamos a desgranar estos cuatro conceptos a partir de diferentes momentos de la historia de la humanidad. Momentos distantes en años, pero que pueden graficarnos a la perfección las etapas en la que vamos creciendo en el manejo de nuestro dinero.
Primero: “La etapa de las cavernas”
Más o menos el año 10.000 a. C. Es fácil imaginarnos una escena cavernícola. Todos hemos visto, alguna vez, una película sobre la prehistoria. Hombres velludos, con garrote en mano, tratando de encontrar algo qué comer. Por eso, inventaba un arma y salía a cazar. Se mudaba de cueva en cueva buscando bienestar para él y su clan. Era una etapa donde sobrevivía el más fuerte y el más veloz: el que no era comido antes por un tiranosaurio. Ese momento histórico estaba basado en la fuerza, y la única educación que había que tener allí era: correr rápido, matar rápido y tener fuerza para que no te maten.
Traslademos esa escena a nuestra economía cotidiana, donde nada es estable, los ingresos son pocos, hay muchos aspirantes para pocos puestos de trabajo y hay que pelearla para llevar el pan a la mesa y mantener a la familia. Son innumerables los testimonios de personas que cuentan las cosas insólitas que han tenido que hacer para ganar un dinero que les permitiese comprar la comida del día. Todos hemos atravesado esa etapa alguna vez. Hablamos de prehistoria como si fuera algo lejano, pero aún permanecen frescos los recuerdos de aquellos tickets verdes que usábamos hace no más de 20 años en el “club de trueque”. ¡Sí! ¡Prehistoria pura! Y hemos sobrevivido…
Segundo: “La etapa de la agricultura y ganadería”
Les voy a graficar con una fábula: Un buen día, los cavernícolas se sentaron a meditar que la vida que llevaban era puro sobresalto, así que a uno se le ocurrió que tirando una semillita podía salir una plantita. Al descubrir que, luego de comer una manzana, esa semillita que estaba en el medio de la fruta servía para producir árboles que dieran más manzanas, cayeron en la realidad que podían hacer algo menos peligroso para conseguir comida. Entonces vino el sedentarismo: ya no había que matar un animal, ahora se podía plantar una semillita. Surgieron las grandes urbes que compraban el fruto de la tierra y los agricultores empezaron a engordar como producto de la comodidad que les generaba el solo hecho de tirar semillas y vender el fruto. Como la demanda era mucha, el agricultor no tenía tiempo para nada más que sembrar y vender.
Otra vez, vayamos al terreno de la economía. Ya no salimos enloquecidos a agarrar el primer trabajo que se nos cruce, aunque eso signifique salir de casa a las 4 de la mañana, estar a la intemperie, arriesgarse a un asalto o a un accidente de trabajo… un empleo “digno” tocó a la puerta y un jefe bondadoso ofreció un trabajo estable, un sueldo seguro a fin de mes y algunos beneficios: obras sociales, vacaciones y una previsión que le garantizara unos pesos luego de jubilarse. Entonces, la preocupación dejó de estar y el sedentarismo hizo su labor en la vida de la gente que, tras haber experimentado su “período de cavernas”, veía como un paraíso tener un empleo con un sueldito garantizado. Pero se encontró con dos problemas: tenía un techo, económicamente hablando. Sabía que no podía ir más allá de lo que su sueldo le permitía y no tenía tiempo de emprender algo que le hiciera aumentar sus ingresos porque los horarios laborales de su “trabajo estable y de sueldo seguro” no se lo permitían. Apenas si tenía tiempo para un descanso que le hiciera recuperar fuerzas para ir de nuevo a trabajar. Ni hablar de tener un tiempo de calidad con su familia, a la que solo veía durmiendo cada vez que llegaba del trabajo.
Tercero: “La revolución industrial”
En el siglo XVIII nacen en Inglaterra y en toda Europa las industrias, las empresas, las fábricas. Fue un gran cambio social, laboral y económico al que se denominó “revolución industrial”. Ya no se trataba de producir, por ejemplo, una camisa, sino que eran miles de camisas que debían salir en poco tiempo de los talleres.
El desafío de los empresarios que habían creado esas industrias estaba en educar a la gente para que sean pequeños robots que estén al servicio de su empresa, que les den 15, 20, 25 años de sus vidas por un sueldo miserable y cuyo único objetivo sea “poner botones y sacar botones”. Que al final de sus días poniendo y sacando botones, solo pueda aspirar a una magra jubilación –si es que la hubiera en aquél entonces- y morir sin haber dejado, aunque sea, una pequeña herencia a sus hijos y nietos.
En ese contexto empiezan a proliferar las universidades, pero funcional al armado de un sistema en el que los docentes cobren un sueldo básico para enseñarle a alumnos pobres a “poner botones y sacar botones”, es decir, a ser parte de ese engranaje en el que las empresas precisen a los pequeños robots que trabajen de sol a sol para el dueño de una compañía, o para los bancos o, lo que es peor, para el Estado.
Noten que hasta el día de hoy, en las grandes universidades, públicas y privadas, existen carreras tales como “administrador de empresas”, pero no una que sea “dueño de empresas”. La premisa fundamental de la educación tradicional es estudiar todos los días durante 5, 6 o 7 años, para recibirte de algo cuyo título vas a usar para trabajar por el sueño de otro, nunca el propio.
Otro detalle: en las empresas, fábricas, industrias, el sector abocado al trato con el personal de trabajo se lo denomina “recursos humanos”, nombre en el cual nunca hemos meditado, pero que si analizamos un poco, podremos apreciar su verdadero significado: el personal es un “recurso”, algo que sirve para hoy, pero cuando ya no es útil, se desecha, como cualquier recurso. Para pensarlo, ¿no? Gran parte de la educación se armó para “no pensar”, sino para ser funcional al sistema.
Cuarto: “La etapa del conocimiento”
Las industrias se cayeron; ya no funcionan más, o al menos, no como antes. Apareció internet y hubo un cambio: es el tiempo del conocimiento. Abrir el diario para buscar trabajo quedó en el pasado. Hoy, el sistema te propone ir al revés que hace unos años: hay que armar el currículum y salir a ofrecer.
Una encuesta reciente hecha por una consultora especializada en temas laborales, publicó un resultado sorprendente, basado en una simple pregunta formulada a dueños de empresas: A la hora de contratar personal, ¿qué prioriza? ¿Un título universitario o la capacidad del aspirante? Demás está aclarar que la segunda opción arrasó en las preferencias. ¿A qué nos lleva esto? A que el futuro es de los que no se conforman con un diploma en la pared, sino que emprenden, se capacitan, toman conocimiento, no se quedan con lo aprendido en la universidad sino que van por más. Si los empresarios ponen sus ojos en personas así para “emplearlos”, imagínate lo que pudieras hacer por tu cuenta con esas cualidades.
A partir de hoy seamos creativos, para hacer los mejores negocios. No vivas subyugado a los designios de un empleador que hoy te usa y mañana te desecha, porque te considera un “recurso humano”. No digo con esto que los empresarios sean malos, sino que ellos también persiguen el beneficio de la empresa que crearon y tratarán de tener personas que sean útiles para sus proyectos, pero el día que dejen de ser funcionales, lamentablemente, prescindirán de sus servicios. No seas un fusible en el tablero de una empresa. ¡Sé tu propia empresa!