Francisco fue un mercenario, persiguió y mató a quien le encargaban, por dinero. También estaba muy enamorado de una mujer que, por cierto, no correspondía a su amor. Para colmo, aquella hermosa mujer estaba muy enamorada, ¡pero del hermano de Francisco! Eso fue mucho más de lo que este hombre pudo soportar y en un arrebato de ira y celos mató a su hermano.
Este terrible hecho causó que Francisco cayera en depresión. Se recluyó por semanas y se negaba a comer. Finalmente llegó el día en que, persuadido por un buen hombre, se unió a un grupo de misioneros que alcanzarían una tribu en medio de la selva. Y Francisco comenzó su peregrinaje a la selva, con el corazón lleno de culpa, remordimientos y pena por haber cometido tantas fechorías, y haber terminado con la vida de su hermano. Nada le quitaba aquellos pensamientos, entonces, llenó una red con pesados artículos, los amarró a su cuerpo y los arrastró por días y días. De alguna manera él quería deshacerse de esa culpa haciendo sacrificios para lograr ser perdonado y quitarse el peso de la culpa.
No fue hasta que se topó con un indígena, que para salvarle la vida y evitar que cayera en un precipicio, cortó la cuerda que lo ataba a ese peso y lo abrazó. En ese momento Dios se manifestó a su vida y él finalmente se sintió perdonado y pudo deshacerse del gran peso emocional y físico que cargó por meses.
Pensemos en nosotros. ¿Cuántos Franciscos o Franciscas caminan hoy llevando un lastre a cuestas? O nosotros mismos, cuando andamos cargando con el peso de pecados, ¿errores, malas decisiones, fracasos, culpa, remordimiento, etc. y, con ello tratando de pagar para borrar el mal que cometimos?
Hebreos 12:1 dice: “Por lo tanto, ya que estamos rodeados por una enorme multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante”.
Es inútil tratar de avanzar y alcanzar nuestro propósito en Cristo, cuando cargamos con el peso del pecado. Por más intentos que hagamos, ¡tropezaremos y no lo lograremos! Es por eso que Cristo vino, dio su vida en la cruz y resucitó al tercer día, para liberarnos del pecado de una vez por todas y así poder avanzar tomados de su mano con libertad.
“Señor, toma el control de mi vida. Libérame de mis malos hábitos, malas acciones, de mis errores. Quiero estar cada día más cerca de ti, sintiendo tu amor, tu perdón y experimentando el gozo edificante de estar a Tu presencia”.