En Mateo 27:11-26 resaltan dos nombres. El primero es Jesús, quien fue llevado ante Pilato, gobernador romano, para ser juzgado. Los líderes religiosos le odiaban y acusaron de blasfemar (afirmó ser Dios), pero como eso no significaba nada para los romanos, ellos lo acusaron de incitar a la gente a evadir los impuestos, llamarse rey y causar disturbios. Todas ellas acusaciones falsas.
El segundo hombre: Barrabás, considerado un enemigo de Roma, un revolucionario y asesino, que se encontraba preso por sus delitos. Él sí era culpable de los delitos por los cuales los líderes religiosos acusaban falsamente a Jesús.
En aquellos tiempos, “…era costumbre del gobernador cada año, durante la celebración de la Pascua, poner en libertad a un preso —el que la gente quisiera— y entregarlo a la multitud. Ese año, había un preso de mala fama, un hombre llamado Barrabás. Al reunirse la multitud frente a la casa de Pilato aquella mañana, él les preguntó: ¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?” (Mt.27:15-17).
Pilato sabía que Jesús era inocente y no quería cargar con la muerte de un inocente, pero al preguntar nuevamente a la multitud: “¿A cuál de estos dos quieren que les deje en libertad?” (Mt.27:21), escogieron a Barrabás, y lo soltó para quedar bien con la mayoría, condenando a Jesús.
¿Por qué escogieron a Barrabás? Tal vez estaban muy decepcionados de Jesús. Días antes lo recibieron como un héroe, muchos habían sido sanados y presenciado milagros y eso despertó en ellos la esperanza. ¡Por fin estaba entre ellos el Mesías que había venido a librarles de la opresión de Roma! Pero, cuando se dieron cuenta que Jesús no era aquel guerrero imponente que enfrentaría a los romanos, la lealtad hacia Él se esfumó. Se enojaron y terminaron escogiendo a Barrabás, el asesino.
¿Qué decisión hubiéramos tomado nosotros de haber estado allí? No actuemos como aquella multitud, furiosos y desilusionados con Dios por no actuar como nosotros esperamos o no recibimos la respuesta que tanto anhelamos.
“¿Por qué tuvo que morir y no se sanó mi ser querido?” “¿Por qué me despidieron?” “¿Por qué me tocó esta familia?” “¿Por qué perdimos todo?” “¿Qué pasó con tus promesas, Dios?” Y nos enojamos con Él, nos resentimos, le damos la espalda y nos alejamos.
Jamás seremos capaces de interpretar a Dios. Pero podemos estar seguros de que Él no actúa caprichosamente o con malas intenciones, Él no nos miente, ni se contradice. Confiemos, porque “Él no piensa, ni actúa como nosotros lo hacemos. Sus pensamientos y sus acciones están muy por encima de lo que ustedes pensamos y hacemos” (Is.55:8-9).
“Señor, que en este comienzo de la Pascua pueda elegirte una vez más a ti. Que a pesar de que no siempre las cosas se dan como yo quisiera, que mi confianza en ti continúe vigente”.