En una ocasión escuché de un predicador que fue invitado junto con su esposa a enseñar en una iglesia. Al iniciar el servicio una hermana de la congregación se sentó a la par de la esposa del predicador y allí estuvo todo el tiempo en que este disertó desde el púlpito. El predicador hablaba de poder, unción y milagros, y mientras lo hacía el auditorio reaccionaba efusivamente con aplausos y aleluyas. De repente, a la mitad del sermón, la hermana sentada a la par de la esposa del predicador se inclinó hacia ella para decirle: “¡Qué privilegio el suyo! ¡Estar casada con semejante hombre de Dios!”
“Ese hombre que usted ve allí— dijo en tono despectivo, —no es el mismo con el que yo trato en casa”.
Tú y yo podríamos manifestar dones espirituales extraordinarios frente a todos, pero si no reflejamos el carácter de Cristo en donde realmente importa… fracasamos. En palabras del apóstol Pablo: “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha” (1 Corintios 13:1-3.
Pablo dijo que, si manifestara los dones del Espíritu, pero no tuviera amor vendría a ser como el mejor sintetizador del mercado, pero inservible. Aún si profetizara con precisión o superara la generosidad del mayor filántropo, sin amor, sería inútil. He ahí por qué dijo a continuación: “El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7).
El amor que el apóstol describe no es una simple emoción o sensación de enamoramiento, sino el que distingue a alguien esculpido interiormente por el Espíritu Santo y que ha aprendido a amar como Jesús. Ese fue el destello que Esteban irradió esa vez que “al fijar la mirada en él, todos los que estaban sentados en el concilio vieron su rostro como el rostro de un ángel” (Hechos 6:15). Esteban no perdió los estribos ni reaccionó con hostilidad; en su lugar reflejó la luz de la presencia de Dios.
Hechos capítulo 7 trata, en su mayoría, de la defensa que Esteban presentó ante el concilio. Con rostro radiante impartió una cátedra de Antiguo Testamento para confirmar que las profecías mesiánicas se habían cumplido en Jesús de Nazaret. ¿El resultado? Ellos reaccionaron de la peor forma que te puedas imaginar:
“Al oír esto, se sintieron profundamente ofendidos, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios. Entonces ellos gritaron a gran voz, y tapándose los oídos arremetieron a una contra él. Y echándolo fuera de la ciudad, comenzaron a apedrearle; y los testigos pusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Y mientras apedreaban a Esteban, él invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, durmió” (Hechos 7:54-60).
El texto dice que al final de la magistral ponencia, Esteban permanecía lleno del Espíritu, pero sus enemigos no se conmovieron ante su actitud ni sus palabras. Al contrario, lo tomaron por la fuerza, lo sacaron del lugar y comenzaron a apedrearlo.
Si tú crees que morir por lapidación es una muerte como otras, te equivocas. Es una muerte atroz. Es gente rodeándote y lanzándote rocas del tamaño suficiente como para destrozarte el cráneo. ¿Por qué crees que quienes se involucraron en la lapidación pusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo? ¿Para sentirse cómodos y apedrear con más soltura a su víctima? No, fue para que la sangre no salpicara sus túnicas.
Súmale a lo anterior la ansiedad que experimentaba el lapidado por lo que estaba por acontecer y la profunda angustia que lo embargaba previo al vendaval de rocas. Por eso, mientras sacaban a Esteban a empujones, le gritaban en la cara y amenazaban con despedazarlo, antes del golpazo final exclamó dos cosas:
1) “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Y…
2) “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”.
Detengámonos un momento. ¿No te suenan conocidas esas dos expresiones? ¿Viene a tu mente un personaje bíblico que empleó esas mismas palabras cuando estaba por morir? ¡Exacto! El Señor Jesucristo.
El evangelio de Lucas dice que cuando Jesús estaba convaleciendo sobre la cruz, a pocos instantes de fallecer, dijo:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
“Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23:46).
Esteban murió imitando a Jesús. Por eso perdonó a sus verdugos y encomendó su espíritu al Señor. ¿Sabes por qué? Porque cuando una persona experimenta la llenura del Espíritu Santo, más que manifestar algún don extraordinario, la prueba irrefutable es que su carácter se parece al de Cristo. Cuando eres lleno del Espíritu piensas como Jesús, sientes como Jesús y vives como Jesús.
Ser lleno del Espíritu es más que sentir escalofríos o que se te ericen los vellitos de la piel; ser lleno del Espíritu consiste en reflejar a Cristo en todo momento y circunstancia. ¡Y qué mejor forma de reflejar a Jesús sino perdonando!
La mayor evidencia de que un cristiano está creciendo en el carácter de Cristo es cuando se presenta el desafío de perdonar. Ninguna otra actitud nos hace más semejantes a Jesús que esa. Porque si no perdonamos como Cristo perdonó, entonces, ¿qué nos diferencia como cristianos? ¿En qué nos distinguimos de los demás?
Nada distingue más al cristiano que perdonar como su Maestro perdonó. En palabras del apóstol Pablo, sin amor “nada soy” (1 Corintios 13:2).
“Señor, te suplico que sigas transformando mi vida. Y que esa transformación se manifieste en mi carácter y en mis acciones. Aunque me encante sentir tu presencia y sentirme amado por ti, que el cambio en mi vida lo refleje en mi capacidad de amar y perdonar a los demás”.
ESTE DEVOCIONAL FUE TOMADO DEL LIBRO “Y JESÚS SE PUSO EN PIE: 52 REFLEXIONES DE LA VIDA CRISTIANA”