En ocasiones, los cristianos somos de descategorizar ciertas tareas dentro del ministerio como si fueran menos importantes que, por ejemplo, pastorear o predicar un sermón el domingo. Ser maestro de escuela dominical es una de esas tareas que, por mucho tiempo, la iglesia misma se encargó de considerarla como de “segunda categoría”. La función del maestro de escuela dominical era la de “darle un descanso” a los padres que escuchaban el sermón mientras sus hijos estaban en esa especie de guardería a cargo de hacendosas almas que se encargaban de darle una enseñanza bíblica a los niños. Sin embargo, la importancia de la tarea de estos servidores del Reino es tan relevante que puede derivar en descubrimientos como el de Edward Kimball.
Kimball, además de ser maestro de escuela bíblica para niños, tenía habilidad para las finanzas y fue reconocido por haber ayudado a decenas de iglesias a saldar importantes deudas contraídas. Tenía una empresa de alfombras en la ciudad de Boston, mientras congregaba en la Iglesia Congregaciones de Mount Vernon, donde ejercía como maestro de escuela bíblica. Entre sus tantos alumnos, había uno que no se destacaba, precisamente, por ser aplicado en materia religiosa. Pero la dedicación que Kimball le puso a ese alumno hizo que, recién a los 18 años, éste aceptara a Cristo en su corazón y comenzara a andar el camino de fe, llevándolo a ser uno de los más importantes teólogos del Siglo XIX: hablamos de Dwight Moody.
La importancia de la tarea de los maestros de escuela dominical es tan relevante que puede derivar en descubrimientos como el de Edward Kimball.
Pero la historia no termina ahí, porque el perfil bajo de Kimball, tuvo su secuela, ya que Moody, cuyo nombre cobró otra importancia, siguió siendo canal para que muchas otras personas conocieran al Señor. Entre ellos, el Reverendo Frederick Meyer, un inglés que escuchó por primera vez de Cristo a través de Moody, cuando éste predicó en una pequeña iglesia inglesa. Se cuenta que la labor espiritual y social de Meyer provocó el cierre de tabernas y prostíbulos en la Londres de principios de Siglo XX.
Y de Meyer, hay que decir que, además de la revolución causada en su ciudad, impactó la vida de varias personas que continuaron el legado. Tal es el caso de Wilbur Chapman, quien a su vez hizo lo propio con el joven Billy Sunday. Chapman fue todo un adelantado a la época, y organizaba campañas evangelísticas junto a un cantante de música gospel, Charles Alexander. Sunday, por su parte, fue fuertemente influenciado por Chapman y continuó su obra evangelística mientras se destacaba como jugador profesional de béisbol para los Medias Blancas de Chicago.
Cuenta la leyenda que Sunday fue el instrumento usado por Dios para llevar un avivamiento al estado de Carolina del Norte, en 1924, donde unos jóvenes se reunieron para ir a ver qué estaba sucediendo. Uno de ellos no quería ir a la campaña y negoció con su amigo: “Si tú vas, te permitiré manejar mi camión de verduras”, le dijo. Así lo acordaron y ese joven aceptó al Señor esa misma noche. Su nombre era Billy Graham, quien evangelizó a más de 210 millones de personas en 185 países.
Nada de lo que hacemos por las personas cae en el olvido. Si Kimball no hubiese sido insistente con Moody allá por 1855, tal vez hoy no estaríamos hablando, siquiera, de Billy Graham, uno de los hombres de Dios que ha hecho de los aportes evangelísticos más importantes de los últimos siglos.