Juan Florio llegó a la Argentina desde su Italia natal cuando apenas tenía 8 años. Como todo inmigrante, al llegar al país de sus sueños, hizo todo tipo de tareas con tal de adaptarse al nuevo lugar de residencia. Fue vendedor de diarios, lustró zapatos en la vía pública, realizó tareas en la calle, lugar que lo vio crecer y que también lo tentó para caer en actividades no del todo santas. Pero un 19 de septiembre de 1926, tuvo un encuentro con Dios, el cual le marcaría el camino a seguir, no sólo para tener una vida provechosa en su nueva casa, Buenos Aires, sino para hacer de esa vida, un instrumento para llevar Su Palabra.
A finales de la década de 1920, don Florio trabajaba como operario en una fábrica que luego se trasladó a la ciudad de San Justo, en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires. En 1934 inició la tarea pastoral y el protagonismo de don Juan sería esencial para el inicio y desarrollo de la Iglesia Evangélica Bautista de esa ciudad. Como era habitual en aquellos tiempos, la propia casa oficiaba de templo hasta conseguir lugar exclusivo para las actividades de la iglesia. Su esposa, doña Ángela, con quien tuvo cinco hijos, fue fundamental para el desarrollo de la incipiente congregación. La escuela dominical llegó a tener 70 asistentes y fue la base para que en 1947 compraran los primeros terrenos donde edificarían el templo y la escuela. Esos terrenos estaban en la esquina de Villegas y Sarandí, que años más tarde tomaría como nombre “Calle Florio”.
Pero antes de este acontecimiento, hubo un proceso en el que don Juan agudizó el ingenio para poder desparramar la Palabra de Dios en la ciudad de manera masiva. Así fue que se las ingenió para montar un pequeño camión al que le colocó un altavoz y salía periódicamente a evangelizar en el distrito de La Matanza, donde pertenece la ciudad de San Justo. Lo notable de todo esto es que ese camión fue donado por una persona atea, nada menos que uno de los dueños de la fábrica donde don Florio trabajaba.
El impacto generado por la novedosa forma de evangelizar hizo que pronto tuviera nombre propio: el “Floriomóvil”, que recorría las calles del denominado Conurbano Bonaerense, realizando giras que serían memorables.
En 1973, don Juan Florio pasó a la eternidad, pero la obra realizada en La Matanza no pasó inadvertida, a tal punto que, mediante una Ordenanza Municipal, en el año 1984, la calle Sarandí, una de las calles sobre la que se monta el edificio de la iglesia, pasó a llamarse Juan Florio.