Cierta vez fui con mi hija Inara a un balneario a pasar la tarde. Inara, muy desenvuelta, jugaba en el agua bajo mi atenta mirada. Nadaba y se sumergía, flotaba, me tiraba agua en la cara y nos divertíamos mucho. A metros de nosotros, otro niño abrazado a su padre, se lo podía ver aterrado, con cara de temor, ojos saltones, las manos se hundían en la piel del padre que, una y otra vez, repetía “no tengas miedo Guille, no tengas miedo hijo”.
Durante el regreso a casa Inara me preguntó: -“Papá, ¿por qué ese nene se hundía en el agua y yo flotaba?” La miré sonriendo y respondí: -“Hija, ¿le tienes miedo al agua?” -¡Noooo pa! Tú me cuidas, yo confío en ti, sé que me amas y no dejarías que me pase algo”. -“¿Viste hija? Es que el miedo pesa mucho, tanto que te hunde, te ciega y no te permite ver quién está a tu lado para ayudarte”. -“Claro pa, yo sabía que tú estabas ahí por si me hundía”.
Esta breve anécdota me llevó a reflexionar cuáles son los temores que nos hunden en la vida, qué miedos son los que no nos dejan disfrutar del camino, cuáles son las dudas que no nos permiten sumergirnos y refrescarnos por completo en el agua del Espíritu. ¿La economía, el futuro, los hijos, el trabajo, alguna enfermedad?
En la Biblia podemos encontrar 365 veces la frase “No teman”. Oh, casualidad, un “No temas” para cada día del año. Es notable que el miedo es algo tan importante en la vida del ser humano que Dios se ha encargado de dejarlo bien claro.
Dios se lo dijo a Josué: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (1:9). También se lo repitió a su pueblo: “Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará” (Deuteronomio 31:6).
Una vez escuché a un predicador decir que el miedo es una fe negativa. Job temió lo peor para su vida y le sobrevino justo eso. Tal vez ese temor te está diciendo “no avances, no dejes, no sueltes, no sientas, no disfrutes, no progreses, no puedes, no confíes, no vivas… un sinfín de “no” hay en tu corazón. ¿Cuántos miedos son los que no te dejan vivir? 1 Juan 4:8 es muy claro: “Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor”. El amor vence el temor, el amor vence el miedo, el amor de Dios vence todo. Sí, todo.
“Gracias, Dios, por ese amor que nos da la posibilidad de no vivir con la mirada terrorífica de ese niño, que, aunque sabiendo que su padre estaba allí, no confió a la hora de disfrutar del agua. Llena mi vida de ese amor que nos hace vencer el temor. Te busco, Dios, confío en Ti, y echo fuera el miedo por lo que vendrá”.