Las redes sociales, las mismas que utilizamos para conectar con familia, amigos, ex-compañeros, también pueden enredarnos en algunos problemas.
Uno de ellos es que son adictivas (de hecho, están configuradas para serlo). Sus creadores admiten que la verdadera competencia no son las demás redes sino nuestro tiempo de descanso. Compiten con nuestras horas de sueño. ¿O no nos pasó alguna vez que estábamos por dormir, vimos una publicación y pasamos 45 minutos deslizando la nada misma?
Otro problema es que muchas veces confundimos el contenido de los posteos con la vida real. Pensamos que los demás tienen trabajos ideales, vacaciones soñadas o familias perfectas y nos frustramos o incluso sentimos envidia. También podemos volvernos dependientes del “me gusta” y caer en el afán de mostrar algo que no somos.
El documental “El dilema de las redes sociales” analiza cómo pueden convertirse en un medio que lleva a las personas a radicalizar su postura sobre un tema particular al punto de actuar de manera violenta fuera de las redes. Sin ir a esos extremos, es cierto que sus algoritmos detectan cuándo encontramos algo de nuestro interés y entonces tienden a mostrarnos publicaciones similares o bien totalmente opuestas con la intención de hacernos reaccionar.
¿Y entonces? Podemos empezar por reducir el tiempo que pasamos con las pantallas; que no nos desconecten de la realidad. Podemos pensar dos veces antes de publicar algo: ¿suma, bendice, ayuda a alguien? Tampoco se trata de publicar puro versículo y ya, sino más bien sin dejar de hacerlo, cuidar el testimonio fuera de las redes.
En vez de enredarnos en las redes sociales, podemos tejer redes que nos permitan conectar con la realidad de los demás.
“Señor, que pueda aprovechar sabiamente el tiempo dentro y fuera de las redes sociales. Que en vez de enredarme en ellas pueda tejer redes para conectar de verdad con los demás”.