Pedro está alojado en una casa, en la ciudad de Jope. Había llegado allí proveniente de Lida donde, a través de su oración, Dios había sanado a un paralítico. Cuando los discípulos de Jope, ciudad cercana, supieron que Pedro estaba allí, y haciendo milagros, enviaron dos hombres a buscarlo porque había muerto Dorcas, una creyente muy querida. Ella resucitó después de que Pedro desalojó a todos de la sala donde la velaban y oró de rodillas, pidiendo a Dios otro milagro.
Pedro está todavía dentro del impacto de aquellos éxitos, reponiendo sus fuerzas, bien atendido, frente al mar. Pedro respira en la azotea, disfrutando de la vista y de la presencia del Señor, a punto de levantar un ayuno mientras espera que le traigan la comida, y tiene una visión. Una visión con audio. En ese momento no la entiende, como suele suceder. En la visión, Dios le manda matar y comer animales inmundos y Pedro se niega, alegando motivos religiosos. Es curioso cómo a veces pretendemos ser mejores que Dios en la interpretación de su Palabra. Al final, Pedro entendería que esos animales simbolizaban gente. Gente que, para un judío, era inmunda: los gentiles, los ajenos a Israel.
El Espíritu Santo había preparado una jugada compleja, sólo por amor:
1) Mandó un ángel a un militar romano, Cornelio, para darle la ubicación exacta de Pedro, en tiempo real, y enviar a buscarlo. Cornelio, un hombre piadoso que buscaba a Dios, además de familia, tenía por lo menos cien soldados bajo su mando.
2) Habló clara y específicamente a Pedro, para que no dudara en acompañar a los hombres enviados por Cornelio.
3) Dio la visión a Pedro, para que los prejuicios de su raza no impidieran que los no judíos pudiéramos también tener arrepentimiento para vida.
Finalmente, Pedro llega a la casa de Cornelio, donde se juntan muchas personas, y predica el Evangelio a todos los presentes. El Espíritu Santo cae sobre ellos, hablan en lenguas y son bautizados. Los judíos presentes, se quedan atónitos de que la gracia de Dios no era, como ellos creían, solo para los de la circuncisión. Y más tarde, cuando Pedro reporta este evento a la iglesia en Jerusalén, es confrontado duramente. Finalmente, terminan aceptando que Dios no hace acepción de personas y que la salvación es para todo aquel que crea en Jesucristo.
Todos nosotros tenemos prejuicios, impedimentos para que el amor de Dios circule a través de nuestras vidas y alcance a los perdidos. Dios no tiene prejuicios, y es conmovedor comprobar que está dispuesto a trabajar en nosotros para remover nuestras ideas preconcebidas, que nunca coinciden con las suyas, y entonces sí, que su Palabra a través nuestro pueda llegar a otras personas.
La idea de que la salvación era sólo para los judíos era un prejuicio colectivo. Dios quiere sacar esos bloqueos, está empeñado en que sus pensamientos más altos desciendan hasta nosotros y le permitan servirse de nuestra vida para alcanzar a todos. Como escribió el mismo Pedro en su segunda carta, en el capítulo 3:9: “El Señor no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.
“Señor, quita todo prejuicio religioso que quiera inundar nuestro ser, pensando que la salvación es sólo para un grupo selecto de gente inmaculada. Todos necesitamos de tu salvación y como hijos tuyos, queremos ser los instrumentos para que tu Palabra llegue a cada oído en todo el mundo. Úsanos como usaste a Pedro y quita cualquier preconcepto que tengamos que nos impida llegar con tu mensaje a quienes aún no conocen tu gracia”.