Desde pequeñas, acostumbré a mis hijas a realizar un inventario a fin de año. No se imaginen largas columnas de excel, ni negros libros encuadernados de contabilidad. Simplemente, les daba una hoja y en ella escribíamos: “gracias por…” de título en una de las columnas y en la otra, con la fecha del año que estaba por comenzar: “Te pido por…”.
No a todas les gustaba hacerlo y no siempre había muchas cosas buenas por las que agradecer. Además, la otra columna demandaba el ejercicio de imaginar, evaluar recursos y planificar el futuro año. Tarea que implicaba esfuerzo y fe.
Es un buen ejercicio el de recordar lo vivido y dar gracias por ello, aunque a veces sintamos que el balance no es positivo, que no nos cierra por ningún lado y que nuestros proyectos podrían no realizarse con nuestro presupuesto.
Algo así les habrá pasado a los discípulos cuando cruzaron al otro lado del Mar de Galilea y en una colina Jesús enseñaba. La multitud se agolpaba y ya se hacía de noche. Todos estaban hambrientos, pero… “¿Dónde se podría comprar pan para alimentar a tantos?”, les preguntó el Maestro.
Enseguida se pusieron a realizar un balance de su situación. Me imagino codeándose y murmurando entre ellos: -“Es tarde”, -“Estamos lejos”, -“Ya no vamos a encontrar ni un almacén abierto a horas y menos, un mayorista”. El dato más relevante de este balance lo dio Felipe, como un buen contador. “No tenemos plata para comprar tanta comida. Todos tendríamos que trabajar por lo menos un mes; y, aun así, no nos alcanzaría ni para que comieran un pedacito de pan cada una de estas personas”.
Por allí apareció Andrés y hasta parecería un chiste su contribución. Acá hay un muchacho que tiene cinco panes y dos pescados y los ofrece. La cuenta no les daba de ninguna manera. Y si… ¡no tenían con qué alimentar a tantos! Pero, parece que al Maestro le gustó la actitud de este muchachito y con su casi nada alimentó a toda la multitud; tanto, que hasta sobró.
¿Y qué de nosotros hoy? ¿Cómo andan nuestros balances? ¿Tuviste un año excelente o fue uno de esos que mejor ni recordar? ¿Cómo estamos de recursos para enfrentar los desafíos del año entrante? ¿Tus números no cierran?
Una cosa es cierta que, aunque nuestra canasta sólo tenga cinco panes y dos pescados (nada, para lo que necesitamos), si la entregamos en las manos del Maestro se convertirá en todo y más de lo que necesitamos.
“Señor, el año que pasó no fue bueno para mí, pero igual te agradezco por cada cosa que pasó. Sabes que el balance de mi vida parece que no cierra. No tengo ni los recursos, ni las fuerzas para encarar el año entrante. Sin embargo, confío en que eres el mismo de ayer. Pongo mi fe y mis escasos recursos en tus manos. Te entrego mi canasta con lo poco que queda: tan sólo unos panes y unos pocos peces. Confío en tus milagros. Te amo señor”.