El maestro estaba enseñando del Reino en una barca a la orilla del mar. A la multitud les hablaba por parábolas, pero a sus discípulos cercanos les explicaba su significado. Ellos gozaban de un lugar y una intimidad especial con él. Estar allí a su lado, recibiendo sus enseñanzas, era lo mejor. ¿Quién quisiera salir de ese lugar de privilegio? Además, ya era tarde y Jesús había estado largas horas hablando a las multitudes. Parecía que sus enseñanzas y su trabajo ya habían sido suficiente.
Sin embargo, había más para hacer. “Pasemos al otro lado”, les dijo Jesús. Esto significaba “ir”, aunque fuera en horas inusuales (“cuando llegó la noche”). Debían salir de ese lugar de seguridad.
Entonces ellos respondieron a su mandato y “lo tomaron como estaba”. Estaban acostumbrados al mar y a la barca, era su trabajo. Era una rutina. Actuaron en modo piloto automático, sin preparativos. Se sentían seguros y cómodos escuchando al maestro y manejando su embarcación, como siempre lo hacían.
A nosotros también, como discípulos, muchas veces nos pasa que nos agrada recibir esa enseñanza personalizada que nos hace sentir tan especiales. Somos un “pequeño pueblo feliz” al que la palabra ayuda en sus rutinas diarias.
Tendemos a querer permanecer refugiados dentro de nuestros templos con largas jornadas de trabajo ministerial. La rutina del servicio puede volverse comodidad, monotonía y costumbre. Servir a Dios dentro de nuestros templos y con los más cercanos, es lo que siempre hicimos y sabemos hacer bien. Nos sentimos cómodos allí.
Un concepto muy en auge en nuestros días es el de la “zona de confort”. Es ese estado psicológico que nos ayuda a vivir una rutina, sin sobresaltos dentro de una burbuja de comodidad. Pero quedarnos dentro de ese espacio lleno de sensaciones positivas, puede hacernos correr el riesgo de no avanzar, de no aprender cosas nuevas y en nuestro caso, de no crecer espiritualmente.
Sin embargo, Jesús nos sigue retando a “pasar al otro lado”, a tomar nuevos desafíos, a vivir nuevas experiencias. Quedan cosas nuevas por aprender, hay lugares nuevos a los que ir, personas a las que necesitamos alcanzar. Todo ello no va a ser posible si no tomamos el desafío de salir de nuestra zona de comodidad y ponernos en acción.
¿Cuál es el desafío que Jesús te hace hoy? ¿Cuál es la zona de confort que debes abandonar para ir?
“Señor, sabes que me siento muy a gusto dentro de mi rutina eclesiástica, rodeado de hermanos en la fe que comparten mis creencias. Estoy tan cómodo y acostumbrado que ya hago las cosas en piloto automático. Pero es allí donde escucho tu voz pidiéndome que vaya, que cruce hacia el otro lado. Hoy salgo de mi zona de comodidad en fe y acepto tu desafío”.