“Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez de techo nacieran las estrellas y se alzara frente a él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, (…)”.
Fragmento de “La noche boca arriba”, de Julio Cortázar.
Dos sacrificios muy distintos. Uno, perfecto, libre, voluntario, sin quejas, en obediencia a un mandato, por amor sabiendo que cumplía su misión. El otro, a la fuerza, siendo llevado y estando prisionero, dando su vida sin querer hacerlo, obligado y sin sentido. Y… ¿nosotros? Nosotros también debemos darnos en sacrificio.
“Con los ojos bien abiertos hacia las misericordias de Dios, les ruego, hermanos míos, como un acto de adoración inteligente, que le den a Él sus cuerpos, como un sacrificio vivo, consagrado a Él y aceptable por Él. No dejes que el mundo a tu alrededor te apriete en su propio molde, pero deja que Dios moldee tu mente desde adentro, para que así puedas probar en la práctica que el Plan de Dios para ti es bueno, cumple con todo lo que Él pide y avanza hacia la meta de la verdadera madurez” (J.B. Phillips, traducción excepcional de Romanos 12:1-2).
Este es un sacrificio vivo que debe ser voluntario y bien pensado como un acto de adoración inteligente. Lo decido a pesar de mis emociones y circunstancias. Yo quiero darme, a pesar de todo. Soy libre al decidirlo.
Es un sacrificio que comienza desde mi interior hacia afuera, hacia su voluntad. Hace que no me amolde a las presiones del status quo del mundo y puedo comprobar que es bueno para mí.
Mi sacrificio se refleja hacia los demás. Practico el bien y me aparto del mal, sirvo a mi prójimo, acepto mi lugar, no me creo superior y elijo vivir alejada del mal, siguiendo lo bueno. Es mi sacrificio bien pensado.
“Señor, una vez más, elijo inteligentemente ofrecer mi vida como sacrificio a ti. No quiero quejarme al dártela. No quiero decir que te sirvo amando a los demás por obligación. No quiero culpar a otros por ofrecer mis dones en servicio. Doy mi vida porque quiero hacerlo. Cada día quiero elegir ofrecerme no dependiendo de lo que sienta, ni de las circunstancias, ni de lo que los otros hagan. Quiero avanzar. Transfórmame de adentro hacia afuera, a medida que me doy”.