Tú y yo sabemos que es muy satisfactorio ayudar a otros. También que es una necesidad real. Hay mucha gente que necesita ayuda. Y además es nuestra obligación como prójimos… de nuestros próximos…
Para lograrlo, se requiere, en primer lugar, la decisión de hacerlo, pero también la voluntad de renunciar a nuestro tiempo, recursos u objetos que daremos a otro. Podemos pensar que no todos podemos hacerlo. Apenas llegamos a fin de mes, eso es cierto, pero en el gesto de ayudar, no es todo dinero. A veces, una simple compañía, palabra o acompañamiento es suficiente.
Pero he descubierto que hay algo que es más difícil y es dejar que otros nos ayuden. Muchos nos pensamos autosuficientes y autosustentables, pero en un determinado momento eso deja de ser así. Deudas, imprevistos, una pandemia o la partida de un ser querido, hacen que perdamos ahorros o trabajo, propiedades, la alegría. Y de repente, cuando no estaba en nuestros planes, comenzamos a necesitar ayuda.
Cuando dejamos de ser autosustentables empezamos a perder cosas y posiciones. Antes teníamos auto, ahora no. Teníamos un abono el celular, tv por cable, internet y ahora se nos dificulta pagarlos. Y llega un momento en el que peligran los servicios básicos como la luz o el gas. Y nos asustamos, porque nunca nos había pasado, siempre pudimos mantener las cosas más o menos al día y seguir disfrutando las cosas que dábamos por sentadas.
En esos momentos pensamos en pedir prestado, en reducir servicios y gastos. Pero eso también tiene un límite o directamente no es posible. Es probable que familiares o amigos noten esto o se lo contemos y ahí comienza un camino en el que pasamos a ser beneficiarios de la bondad de otros.
Puede que no sea dinero o cosas materiales las que nos faltan, sino un apoyo, unas palabras sabias o de un amigo. Muchas veces, estamos dispuestos a ir la montaña más alta para ayudar a alguien, pero no dejamos que alguien nos ayude. Otras hasta promovemos amistades a las que podamos ayudar, en lugar a las que pueden hacerlo por nosotros. Preferimos ser lo que van en ayuda y no los que están esperando desesperadamente una mano, una respuesta de Dios.
Pensemos en lo bendecidos que somos cuando ayudamos a otros. Y dejemos que otros puedan sentirlo y ser bendecidos por sembrar en otros o en nosotros. Ser ayudado es una caricia de Dios en nuestra vida. No la rechacemos. Cuando somos ayudados, entendemos mejor el don de dar una mano.
“Señor, permíteme ayudar a mi prójimo todas las veces que pueda, para ser tu hijo o hija y agradarte. Ayúdame a ver la necesidad, pero si yo soy el necesitado, permite que deje mi orgullo de lado y pueda aceptar las bendiciones que me envías a través de otros. Quiero honrarte en todo lo que haga y expresar tu amor a mis semejantes”.