Muchos de los acontecimientos que suceden en el mundo hoy nos hacen pensar en lo que puede suceder en el futuro. La violencia, las presiones en la sociedad y en la familia en particular hacen que muchas personas se vean afectadas por depresiones que desmoralizan.
Desde hace tiempo se viene hablando de “Un Nuevo Orden Mundial” que, mientras tanto, se deleita en la crueldad y la destrucción, promueve antivalores cristianos que deterioran las relaciones humanas en la sociedad. Los valores que alguna vez mantuvieron unida a la familia y a la sociedad se están derrumbando y son reemplazados por una sed de poder y un deseo de caos.
A medida que la sociedad sufre un retroceso moral, muchos buenos cristianos lamentan la pérdida de la base cristiana que una vez fortaleció su fe y su país. Sin embargo, frente a la oscuridad espiritual, como sucedió en el pasado, surge un nuevo remanente.
Hace miles de años, cuatro hombres hebreos se enfrentaron a una decisión (Daniel 4:4-6). Este es un antiguo espíritu maligno que actúa en nuestro mundo hoy, el mismo espíritu maligno que una vez exigió que cuatro hombres, Sadrac, Mesac, Abednego y Daniel, se inclinaran ante él y los ídolos que pretende imponer. Ahora parece como que el pueblo de Dios se estuviera enfrentando a la misma decisión: ¿nos inclinamos por el miedo o defendemos la verdad?
En mi experiencia pastoral he podido observar que, independientemente de la ciencia y el medio ambiente en que la persona nace, el poder transformador del Evangelio puede redireccionar un destino. El apóstol Pablo afirma que el Evangelio es poder de Dios para todo aquel que cree (Romanos 1:16).
He visto personas nacer en familias con firmes y enormes valores que cayeron en situaciones impensadas para sus generaciones anteriores (que vivían la realidad del evangelio) pero también pude ver a todo tipo de resentidos y pervertidos “convertirse” por el poder de Dios.
Nos alientan y dan esperanza las palabras del salmista: “Cuando dije: Estoy a punto de caer, Tú, Señor, por tu bondad me sostuviste. Cuando me vi abrumado por la angustia, Tú me brindaste consuelo y alegría” (Salmos 94:18-19).
Hoy Jesús también nos dice: “No dejen que el corazón se les llene de angustia; confíen en Dios y confíen también en mí” (Juan 14:1).
“Señor de tanta bondad y misericordia, en medio de las dificultades que el enemigo, la sociedad y la vida nos presentan, acudimos a ti, fuente de esperanza, razón y justicia, para honrar tu santo nombre y arrepentidos, nos aferramos a tu Palabra y promesas, para recibir la fortaleza que nos ayuda a permanecer fieles en tu camino y en la verdad”.