La lingüística moderna (ciencia que estudia el lenguaje humano) sostiene que el hombre percibe, conoce, entiende y se figura el mundo que lo rodea a través de las palabras. Es decir, las palabras funcionarían como ladrillos con los cuales damos forma y construimos el mundo en nuestra mente.
Las palabras negativas que recibimos de otros y que nos decimos a nosotros mismos, tienen la capacidad de formar un mundo negativo dentro nuestro. Las palabras hirientes y crueles tienden a reprimirnos y a formar un mundo aislado, retraído y solitario.
Pero las buenas palabras, según la neurociencia, tienen la capacidad de producir en nosotros cimientos fuertes, seguros, y la figuración de un mundo positivo. Si recibimos palabras buenas, amables, humildes, compasivas, seremos emisarios de ese tipo de lenguaje.
La Biblia nos muestra el poder de vida o destrucción que hay en nuestra boca. Santiago declara que la lengua es un miembro pequeño pero que tiene el poder de encender grandes bosques. (Stg. 3).
Proverbios 15:4 dice: “La lengua que brinda alivio es árbol de vida; la lengua insidiosa deprime el espíritu”. Pedro, en una oportunidad le dijo a Jesús: “tus palabras son vida eterna” (Jn. 6:68). Cuántos versículos y autores podríamos citar, que nos revelan el poder que tienen nuestras palabras en otros, y en nosotros mismos.
Te invito a que reflexionemos, ¿qué tipo de palabras estamos hablando a nuestro prójimo? ¿Cuáles son las palabras que utilizas con tus hijos, cónyuge, padres, hermanos? ¿Qué tipo de mensajes llenan tus redes sociales? Si Jesús habita en nuestro corazón, entonces, habitan las palabras de Vida.
“Padre bueno, oro este día para que mis palabras puedan ser útiles, llenas de gracia, compasivas y amables; no sólo para tratar a mi prójimo en amor, sino también, para tratarme yo con amor. Ayúdame a entender el poder que hay en mi boca, para que mis palabras ayuden a otros a conocerte”.