Amigos, ¡qué importante es entender el poder de nuestras palabras! Realmente lo que decimos y oímos, puede convertirse en un beneficio o un perjuicio para uno mismo y los demás. Por eso, te invito a reflexionar sobre este versículo inspirador de la Biblia.
En su carta a los efesios, el apóstol Pablo nos lleva a considerar el poder de nuestras palabras y cómo pueden afectar. Otra versión del texto dice: “No empleen un lenguaje grosero ni ofensivo. Que todo lo que digan sea bueno y útil, a fin de que sus palabras resulten de estímulo para quienes las oigan”.
Vivimos en la era de la información. Las redes están llenas de opiniones, noticias y comentarios, negativos y positivos. El peligro como cristianos es que a menudo olvidamos el impacto que las palabras tienen en aquellos que las oyen. Lo que se habla como lo que se oye, puede ser provechoso, pero también negativo.
Nosotros mismos podemos caer en la tentación de hablar sin pensar, sin considerar el efecto que nuestras palabras pueden tener en la vida de los demás. Pero Efesios 4:29 nos enseña una lección valiosa: Si nuestras palabras no suman, es mejor no decirlas; y si restan, es mejor no escucharlas.
La primera parte del versículo nos insta a decir sólo palabras buenas para edificar. ¿Qué significa esto? Significa que nuestras palabras deben ser positivas, alentadoras, llenas de fe y constructivas. En lugar de criticar, herir, juzgar, difamar o descalificar, debemos buscar palabras que construyan, inspiren y que den ánimo a todos. Imagina ¡cuánto podría cambiar nuestro entorno si nos comprometiéramos a hablar sólo lo que edifica y anima a los demás. Evitaríamos discusiones, peleas y divisiones que sólo producen dolor.
También, la segunda parte del versículo nos desafía a ser selectivos en lo que escuchamos. Si bien no tenemos control absoluto sobre las palabras que otros dicen, podemos elegir prestar atención sólo a aquellas que suman y descartar las que restan. No debemos permitir que los comentarios negativos, las críticas destructivas o las palabras hirientes nos afecten. En cambio, debemos enfocarnos en aquello que nos inspire, motive y nos ayude a crecer.
Imaginemos cómo cambiarían nuestras relaciones si todos nos comprometiéramos a aplicar esta premisa en nuestra vida diaria. Al ser más conscientes de nuestras palabras y su impacto, podremos construir un ambiente de amor, respeto y apoyo mutuo. Podremos ser una fuente de aliento para aquellos que nos rodean, ayudándoles a superar desafíos y a alcanzar su máximo potencial. Podremos disfrutar de ambientes de paz y bienestar en el hogar, trabajo e iglesia.
Además, al aplicar esta premisa, no sólo beneficiamos a los demás, sino que también nos beneficiamos a nosotros mismos. Al hablar palabras positivas, nuestras mentes se llenarán de pensamientos constructivos y nuestros corazones se alegrarán. Al escuchar sólo lo que suma, nos protegemos de la negatividad y cultivamos una mentalidad saludable que nos permitirá enfrentar los desafíos con mayor fortaleza y esperanza.
En conclusión, recordemos siempre el poder de nuestras palabras. Aprendamos de nuestro Padre, que cuando usó la palabra en el principio de la creación, la empleó para crear, edificar y producir cosas buenas. Siguiendo la enseñanza de Efesios 4:29, comprometámonos a decir sólo palabras que sumen, que edifiquen y que impartan gracia a los demás. Comienza a hablar lo que suma y a no oir lo que resta y verás grandes resultados.
“Señor, ayúdame a ser inteligente a la hora de expresarme para que mis palabras sean edificantes para quien las escuche. Y no permitas que mis oídos se expongan a palabras que dañan el alma”.