La iglesia no es inmune a este tipo de historias que se ven, cada vez, con mayor frecuencia. Si bien el plan de Dios es tener un amor para toda la vida, lo cierto es que existe, en el pueblo de Dios, familias ensambladas o padres que aún permanecen solos, y afrontan con las herramientas que tienen, diferentes desafíos, como pasar su día festivo con el hijo o los hijos, pero en ausencia de la madre. ¿Qué hacer y qué no hacer en esas horas que la ley -por justa o injusta que fuere- permite que un padre pase sus horas semanales con sus hijos?
Ulises Oyarzún es un teólogo y padre de familia, que dejó expuesto a través de sus redes sociales, una serie de situaciones que marcan a fuego la vida de los hijos de padres separados. Y desde su vivencia personal plantea un cambio de rumbo a la hora de pasar tiempo con sus hijos.
“Los hijos no juzgan a sus padres por ser malos o buenos esposos, sino por ser malos o buenos padres. Los hijos tienen menos complicaciones que nosotros, son más resilientes y al final, lo que va a pesar será la paternidad“, dice Ulises al comienzo de sus reflexiones.
Generalmente, la idea de recuperación del tiempo perdido consiste, para algunos padres que viven sus pocas horas semanales con sus hijos, en darles todo aquello que no le dieron cuando vivían todos bajo el mismo techo. Por eso Oyarzún agrega que “la culpa nos juega en contra a los padres separados. Y se entra en una gratificación sin medida para los hijos. Compensamos el tiempo que no estamos con cosas, pero no es que ellos lo necesitan, sino nuestra conciencia culpable”.

Peor situación es la que se vive cuando los padres separados están en pie de guerra y los hijos son el botín. “A veces, uno de los dos en la pareja quedó en peor situación emocional y emprende una carrera de odio usando a los hijos. Es lo peor, porque hacen sentir a los hijos que el otro también los traicionó. Luego crecen acostumbrados al rechazo y con una sola parte de la historia”, advierte Ulises.
A veces uno de ellos intenta quitarle la tenencia de los hijos al otro, únicamente para tenerlos de manera “exclusiva” por venganza. Mientras el otro lo retiene como un trofeo, presumiendo que “ganó la batalla”. Las dos actitudes están pésimas, pues los niños no son algo para partir en dos o un trofeo de batalla.
Un caso más, que se ve con frecuencia en las familias ensambladas, es ese deseo, a veces desmedido, que tanto padre como madre tienen de imponer a la fuerza que sus hijos “amen” a las nuevas parejas de sus padres separados. “Las familias no son instantáneas”, asegura el teólogo, enfatizando que a veces “los padres presionan para que sus hijos se encanten con aquella nueva persona como lo hizo el padre o la madre. O los presionan para que tengan hermanos a la fuerza y cuando ya logran tener cierta simpatía, un día ya no vuelven porque los adultos se cansaron. Se transforman en gitanos emocionales, que van de ‘familia’ en ‘familia'”, concluye.
Por último, existe la mala costumbre de pretender que los hijos sean el soporte emocional de los padres, cuando debiera ser al revés. Frases como “Si te vas con él me muero” o “Si me dejan y se van con su madre, no sé qué sería de mí”, suelen ser bastante desafortunadas. Esto produce en los hijos el tener que “devolver” el favor de la vida con algo equivalente, produciéndoles un peso que no les corresponde.
Oyarzún deja valiosas frases para el final, que debieran ser observadas por aquellos padres que tienen que ajustarse a una agenda de carácter legal para ver a sus hijos. “Para quienes viven la experiencia de tener a los hijos lejos, paciencia y mucho amor, aún a la distancia. Uno como padre quisiera amar en lo perfecto, pero aprende a amar en lo posible”, argumenta Ulises en el cierre de un artículo que invita a reflexionar.