Éramos jóvenes, recién casados con mi esposa. Teníamos nuestras primeras fiestas navideñas con mis familiares. Y comenzamos a experimentar esos episodios injustos que toda familia vive. Esos que ocurren en los momentos donde se debería disfrutar. Pero, bueno, estábamos tan tristes con mi esposa, teníamos a Lukas llorando en su cochecito. Y en nuestra pequeña casa, había un clima de angustia sin precedente. Nos pusimos a orar. No queríamos vivir esa sensación, menos en una fecha tan especial, que era para estar contentos y en familia.
Pedimos a Dios consuelo, que nos abrace, que nos mime. Estábamos por el suelo. Cuando de pronto tocan a la puerta, y nos preguntamos con mi esposa, “¿quién será? ¡que raro!” No esperábamos a nadie. Cuando salí a preguntar quién era, contestó mi amigo Miguel, junto a su novia Romina. Venían a saludarnos. ¡Qué confortante fue esa visita! Estaba tan feliz de verlos. Nos abrazaron y nos animaron. Esa visita fue programada por Dios. Él los envió en ese instante. Necesitábamos respirar amor del cielo. Ese que consuela. El que acompaña. Y nos pusimos a charlar y luego pudimos hacer una oración tan sanadora. Pudimos sentir que Dios no permitiría que la confusión de las emociones nos quite la paz.
El apóstol Pablo cuenta la alegría de conocer la noticia de lo que estaba pasando en Corinto. Como si fueran las notificaciones más anheladas. Estaba feliz, a pesar de las emociones encontradas que sufrían durante ese tramo de su ministerio. Y dice, “El Dios que consuela a los humildes”. Como si fuera un post de Facebook, titula el siguiente testimonio. “Volvió Tito. Fue una bendición volver a verlo. Y no solo volver a verlo, sino las noticias que traía con él. Una visita programada por Dios, sanando el corazón ministerial de Pablo.
Las noticias, los regalos, las visitas, las llamadas, los mensajes inesperados. Tantas maneras que Dios codifica la intención de cuidarnos y amarnos. Tratándonos de demostrar que Él está presente en cada instante de nuestro crecimiento.
Unos párrafos antes, contaba el calvario que Pablo vivió en Asia. Casi pierden la esperanza de seguir con vida. Luego, una llamada de Bernabé, lo colocó en Antioquia. Siempre experimentaremos a un Dios que está siempre un paso delante de lo que nos pasa, conteniéndonos de alguna manera especial.
“Querido Dios, qué sanador es poder verte en cada detalle del día. Te muestras fiel a nosotros, aunque no podamos notarlo de manera inmediata. Gracias por no dejarnos solos en todas esas instancias vulnerables que tenemos. Te amamos, Señor”.