Vivimos en una época donde muchas veces parece que la felicidad es obligatoria. Muchas personas hacen de la búsqueda de la felicidad el sentido de su vida. Y también usan esa idea como filtro para tomar decisiones: si me hace feliz, hago esto o aquello. Si no me hace feliz, lo dejo de hacer. Muchas relaciones se cortan por este filtro. Muchos proyectos quedan truncados.
Y los creyentes podemos dejarnos llevar por este clima de nuestro tiempo y pensar que la vida abundante que Jesús nos prometió es una vida de felicidad, como nos vende la publicidad actual. Como nuestro ambiente cultural nos hace pensar que si no estamos felices estamos en un grave error, muchas personas sufren tremenda culpa por no poder estar felices.
En algunos casos empiezan a buscar algún predicador que les indique en qué contexto pueden lograr la “plena” felicidad que la cultura nos exige. En mi comprensión, la Palabra de Dios va por otro lado. Vivimos tiempos difíciles. De grandes sufrimientos.
Te invito a pensar en las palabras de Jesús en Juan 16 cuando está despidiéndose de sus discípulos. Ellos entienden que van a perder a Jesús. Él les hace saber que vendrían tiempos de gran dolor, les describe lo que les espera. Quiere que puedan darse cuenta de que Dios está en control aun con todas esas adversidades que vendrán. Al describir ese futuro complicadísimo, Jesús les promete la venida del Espíritu Santo. No van a estar solos. Jesús les habla a sus discípulos de la tristeza y de la alegría. Usa la metáfora del parto para indicar que muchas veces el dolor y la tristeza se transforman en alegría después.
Es en Juan 16.29-33 (NTV) donde encontramos este diálogo:
“Sus discípulos dijeron:
—Por fin hablas con claridad y no en sentido figurado. Ahora entendemos que sabes todas las cosas y que no es necesario que nadie te pregunte nada. Por eso creemos que viniste de Dios.
—¿Por fin creen? —preguntó Jesús—. Pero se acerca el tiempo—de hecho, ya ha llegado—cuando ustedes serán dispersados, cada uno se irá por su lado y me dejarán solo. Sin embargo, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo.”
¡Qué fuertes estas palabras de Jesús! En el mundo habrá pruebas, tristezas, aflicciones. La diferencia la hace que, al poder tener paz en Jesús, podemos tener ánimo porque él ha vencido. Aun en medio del dolor podemos tener esperanza.
La felicidad para nosotros es el resultado de conocer la voluntad de Dios, pero no es una emoción ni el resultado de tener ciertas cosas o éxitos o logros. Tenemos aflicciones. La diferencia es cómo las transitamos.
“Señor, en medio de las pruebas y tristezas quiero pedirte que pueda estar en tu paz. Que pueda tener una confianza que renueve mi ánimo. Quiero mirarte, Señor, y tener esperanza de victoria porque ya venciste al mundo. Dejo de lado la culpa que la cultura quiere hacerme sentir por no ser tan feliz. ¡Decido mirarte, Jesús, en medio de mi aflicción!”