Quizás hayas visto o leído la historia del Mago de OZ. Un cuento animado llevado al cine con una peculiar e interesante trama. Se trataba de un falso mago que tenía la fama de hacer prodigios y milagros, pero con el correr del tiempo es descubierto y su falaz trabajo y sus mentiras llegan a su fin. Pero a pesar de eso, con astucia puede redimir su nombre dando lo que sí tenía. Un símil mentoreo para ayudarlos. Con su charla, pudo aconsejar a cada personaje de la historia con sus dificultades. Y haciendo esto, también pudo ayudarse a sí mismo quitando el falso traje de su interior.
Cuando somos presos de la aceptación, de las opiniones, de los comentarios. Si nuestro trabajo depende de la calificación, de la repercusión en las redes. Si somos condicionados por lo que sucede afuera y no adentro de nosotros, estamos con un traje equivocado. El mago de S.O.S. nos atrapó. Este seductor mago, nos abraza para darnos aplausos y admiración. Y nuestra atención comienza a cercar sobre nosotros mismos.
Cuando los apóstoles pisaron tierras de Samaria, comenzaron a suceder muchas señales y prodigios. Y esto revolucionó el lugar. La fe en el Hijo de Dios creció y el poder del Espíritu Santo se manifestó con poder. En esa ciudad se encontraba un mago llamado Simón, quien se maravilló por las señales que el Espíritu Santo hacia a través de Pedro y Juan. Él también creyó en el Salvador. Cuando observó que las personas recibían al Espíritu con la imposición de las manos de Juan y Pedro, esto lo maravilló, y dijo algo que sacó a la luz una debilidad de su corazón. “Dénme esa autoridad que ustedes tienen para orar por las personas”, dijo y les ofreció dinero para ello. Lo que generó el reto de Pedro, y un consejo para quitar esa equivocada actitud de su corazón, arrepintiéndose.
Si por un momento somos seducidos por el aplauso, por el reconocimiento, por lograr resultados con el fin equivocado, estamos detenidos en la celda del mago de S.O.S.
Nuestras pisadas deben ser con el filtro de la sana intención de bendecir. Si hoy nos toca estar en un lugar pequeño, donde las luces y las cámaras no funcionan. No se debe condicionar nuestro trabajo. Con público o sin él, la obra debe seguir funcionando. Jamás el reino del cielo será minimizado por la cantidad de personas que asistan a un lugar o por el pseudo resultado de lo que hacemos en cada evento. Dios es Dios en todo lugar. Y nosotros debemos mirar más allá de lo que suele mirar nuestro engañoso ego.
“Querido Dios, quiero pedirte perdón si por un momento mis motivaciones fueron equivocadas. Si por alguna razón me dejé engañar con mi ego, con mis intenciones. Todo lo que hago, lo hago porque lo necesito. Necesito hablar y trabajar para ti. Eres mi verdadera razón de todo”.