Jesús vino a acercar el Reino de los Cielos a todos los hombres, a que estos se reconciliaran con Dios a través de derramamiento de Su sangre y el arrepentimiento. Esto, claro, no fue del agrado del padre de la mentira quien, entonces, fue contra Jesús ofreciéndole cosas terrenales con el fin de que se involucrara en ellas y dejara de lado “los negocios de Su Padre celestial”, cuyo fin es la salvación de todos los hombres.
Los métodos del diablo son siempre los mismos; al iniciar cada día, él se aproxima sigilosamente a nuestras vidas para ofrecernos el poder y las riquezas de este mundo, estimulando nuestros deseos de ascender económicamente, socialmente; de destacarnos por nuestro éxito y nuestras habilidades, de forma que los que están a nuestro alrededor no puedan dejar de reconocernos e imitarnos.
Claro que esto, por lo general, no nos deja tiempo para ocuparnos de los “negocios de nuestro Padre que está en los cielos”, porque tenemos tantas actividades “importantes”, que no nos queda nada para ir y predicar el evangelio a todas las naciones, y hacer discípulos, y atender las necesidades de nuestro prójimo.
El Nuevo Testamento nos habla de una mujer muy ocupada en las cosas terrenales que se quejó ante Jesús diciéndole que ella era la que llevaba toda la carga, mientras que su hermana no la ayudaba porque estaba deleitándose en los asuntos de Dios. Pero Jesús le contestó: “-Marta, Marta, ¿por qué te preocupas por tantas cosas? Hay algo más importante. María lo ha elegido, y nadie se lo va a quitar”. (Lucas 10:41-42).
¡Qué contundente y eterna la respuesta del Maestro! “… y nadie se lo va a quitar”. ¿De qué nos vamos a ocupar el día de hoy?
“Señor Jesús, gracias por tus palabras. Te pido que nos des sabiduría e inteligencia para edificar en tu Reino; construcciones que son para siempre, que te satisfacen y que ni los hombres, ni el paso del tiempo, pueden derribar ni corromper. Para ti, Jesús es toda la gloria. Lo pedimos en tu nombre, Señor”.