Hace unos años me acerqué a una persona que asistía a la iglesia. Su semblante siempre era de tristeza. Hasta podía verse que salía de la reunión más triste de lo que llegaba. Al preguntarle qué era lo que le sucedía, me respondió que Dios siempre se acerca, contesta y ministra los que están cerca suyo, pero nunca a él.
Todos queremos que nos vaya bien tanto en lo espiritual, lo económico y demás áreas de nuestra vida. Oramos, ayunamos, “decretamos”, etc., pero nada cambia. Creemos que Dios no nos escucha o por alguna razón no nos responde. Solemos ver que Dios se comunica con otros hermanos en la fe de manera visible y queremos que Él nos trate igual. Vemos el “río” cuando Dios nos envía a un arroyo.
Estamos convencidos que el evangelio debe ser de respuestas inmediatas y sensacionales. Esperamos una paloma cuando Dios manda cuervos. Esperamos lo visible sin percatarnos que Dios responde como y cuando quiere. Nos perdemos de las bendiciones que nos envía porque rechazamos los cuervos pensando que no nos lo merecemos o no vienen de parte de Dios.
No muramos desnutridos espiritualmente condicionando la respuesta de Dios. Tomemos lo que Él nos da en su infinito amor para con nosotros.
“Señor, permíteme abrir mi corazón para recibir tu bendición de la forma en la que quieras dármela, si no es a través de una paloma, que lo sea a través de un cuervo, pero haz que sea sensible a tu manera de resolver las cosas”.