Cuando Dios comenzó a transformar la tierra en algo hermoso y compatible con su gran plan, Él empezó con la obra de su Espíritu. El Espíritu Santo comienza cada obra de creación o re-creación de Dios. No es posible sin su obrar. Y junto a la Palabra (vs 3: “…Sea la luz…”) sucede la acción, el cambio (“…y fue la luz…”).
El verbo que traducido es “…se movía…” significa un movimiento vibrante y protector. No era indiferente, ingenuo ni sin sentido. Tampoco era una supervisación con juicio para profundizar el desastre por la vaciedad, desorden y confusión presentes. Es el mismo verbo que en Deuteronomio 32:11 describe los movimientos del águila para animar a sus crías a volar. Ahí entiendo que el movimiento del Espíritu Santo sobre aquel caos era mirando al futuro, con propósito de transformación, con amor y compromiso, tal cual el águila.
De ahí la tremenda importancia de dar en nuestras vidas lugar a la obra del Espíritu. Y de estudiar su palabra, dedicarle tiempo, anotar, meditar, relacionar con otros versículos, proclamar. Hay esperanza para nuestra vida si muriendo cada día al viejo hombre y siendo llenos de su Espíritu, estudiamos y meditamos su Palabra.
“Señor, quiero ser transformado por tu Palabra. Así como tu Espíritu se movía sobre las aguas en el principio, que ese mismo Espíritu se mueva sobre mi vida cotidiana”.