Hemos y seguimos oyendo sobre las maldiciones generacionales y creo que existen. Es más, a través de la ciencia está demostrado que se crean patrones mentales que repetimos constantemente y en bucle en la vida. Repetimos de nuestros padres, abuelos y hasta bisabuelos, costumbres, pensamientos, creencias y hasta reaccionamos de maneras parecidas a nuestros antecesores.
Es muy común escuchar o escucharnos decir: “tengo el carácter de la abuela” o, “es que en la familia todas las mujeres somos así”, y de esta manera muchas frases que nos unen al pasado. Entre esas acciones, se repiten casos muchos más dolorosos como abusos, divorcios, muertes violentas.
Cuando llegamos al camino de Dios nos enseñan que debemos renunciar a esas estructuras que parecieran nos asedian, pero lastimosamente hacemos oraciones de poción mágica donde tenemos la esperanza que ese modelo mental con el simple hecho de hablarlo desaparezca.
Dios es un Dios personal, Él no ha muerto por la humanidad, Él ha muerto por ti exclusivamente, por mí individualmente, por él y por ella de manera personal; no fue la muerte de Jesús al estilo combo de McDonald’s.
Mientras escribo estoy en la parada de colectivos y veo tanta gente cargando con tantas cosas heredadas, tanto mal aprendido, tanto caos adquirido y también veo que por cada uno de ellos Jesús murió, sin importar el pecado de sus padres ni sus herencias espirituales.
Cuando llegamos a Jesús entendemos que Él nos hace nuevos, como criaturas pequeñas y nos ofrece su herencia, nos hace como herederos juntamente con Él, pero he aquí su acto personal, Él le pide a los hombres que cuando dejen de ignorar se arrepientan y arrepentirse es en el original “girar”, “virar”, darte vuelta y eso no se hace con oraciones mágicas, sino con una decisión unipersonal e individual en donde decidimos que ya no nos condiciona nuestra herencia humana sino que nos hemos hecho partícipes de la herencia de Cristo.
Dios te ha amado tanto que te hace despertar espiritualmente para que puedas decidir que hoy tu mejor opción es heredar el carácter, la mente y el corazón de Jesús.
“Señor, gracias porque no me condenas ni me rechazas por lo que hicieron mis padres o ancestros, sino que me permites tener una vida nueva, con una mente nueva y acciones nuevas”.