DOMINGO DE RESURRECCIÓN
La fe cristiana se sustenta sobre la realidad irrebatible de una tumba que hoy está vacía. El evangelio de San Juan 20: 1, 11-18 relata el primer encuentro de Jesús luego de la resurrección. (Te animo a leerlo ahora mismo o luego de esta reflexión).
El clima que vivían los seguidores de Jesús no podía ser peor. Su líder, mentor, amigo y maestro había sido injustamente asesinado, y ellos se debatían entre la verdad y la mentira, seguir o abandonar, todo lo que habían visto y oído su volvió turbio y borroso a causa de la “desaparición de Jesús”. El ánimo de cada seguidor de Cristo era inexistente.
María Magdalena, una mujer de la cual Jesús había echado fuera 7 demonios, fue la primera en llegar a la tumba y se encontró con el desastre. La tumba del Señor aparentemente había sido profanada.
Pero no estaba sola, María, la otra, se quedó afuera de la tumba llorando. Porque cuando algo nos produce mucho dolor, no nos atrevemos a mirar adentro. Vivimos en una permanente negación de nuestros problemas, porque no nos animamos a enfrentarlos. Pero la verdad es que no podemos vivir así, es necesario que nos atrevamos a entrar a nuestras tumbas.
Cuando miramos dentro podemos ver la gloria de Dios, o ni siquiera percibir su presencia. María vio a dos Ángeles. ¿Qué sucedió? Absolutamente nada. Era tal el dolor que tenía que ni se percató de que Dios estaba allí. La realidad visible, material, humana nos golpea tan fuerte que no logramos ver lo que Dios quiere mostrarnos. Solo estamos concentrados en el problema y no podemos ver la gloria de Dios.
El mismo Jesús estaba allí, en ese lugar, y tan absorta en su problema estaba María que no pudo distinguir a su Señor. Muchas veces, creemos que algo tiene que ser así y lo decretamos de esa misma manera. Ella dio por sentado que aquel hombre era el hortelano, porque era lo que su lógica humana le hacía ver.
Con una llamada de atención Jesús la despabila, ¡María! Y nosotros también necesitamos un llamado de atención, algo que nos haga reaccionar de ese aturdimiento que nos produce el dolor, la angustia, el creer que ya está todo perdido, que el lugar donde estamos está lleno de muerte, ella estaba en una tumba, sí, pero esa tumba estaba llena de la gloria de Dios.
“¡Maestro!” Por fin reacciona y tiene el encuentro más maravilloso que algún ser humano haya tenido en toda la historia de la humanidad. María vio a Cristo resucitado antes que nadie. Es que cuando te animas a ver con los ojos espirituales, cuando sales de ese embotamiento espiritual que inhibe tu fe y te hace ver solo lo que tu mente humana manda, cuando te atreves a mirar con la mirada de Dios, es allí donde puedes ver la gloria de Dios y ver que Jesús está contigo.
La historia termina con María como mensajera. Dando a conocer que el Señor había resucitado, y claro, no le creyeron (aunque eran los apóstoles y discípulos). Muchas veces a nosotros tampoco nos van a creer, pero ¿quién te quita tu experiencia? Y es esa experiencia la que te va a hacer creíble, y la que va a hacer que muchos crean por tu testimonio.
Muchos líderes, políticos, filósofos y religiosos del mundo han pasado por la vida a lo largo de la historia. Desde Platón hasta Descartes, desde Mahoma hasta Gandhi, líderes poderosos como Napoleón y Hitler, conquistadores como Carlomagno e idealistas como el Che Guevara. Todos contaron con un ejército de seguidores y de detractores, al igual que Jesús.
La diferencia es que hoy cada uno de esos seguidores, admiradores o como los quieras llamar, aunque pueden recordar y tener en la memoria a sus “modelos”, solo tienen eso, porque esos líderes están muertos, pero Jesús está vivo, Él murió igual que todos, pero venció a la muerte por el poder del Espíritu Santo.
Nuestro Señor está vivo, preparando moradas para que podamos disfrutar de la vida eterna, y dijo: “Mientras que yo regreso cuéntenle al mundo mi historia, anúncienles a otros la salvación, espérenme ansiosos, entusiásmense anunciando el evangelio”.
Cristo resucitó, ¡y tú eres responsable de decírselo al mundo!