3. Una mirada hacia él mismo
Se miró a sí mismo y lo único que encontró allí fue miedo. Alguien dijo alguna vez que el miedo paraliza. En lugar de encontrar dentro suyo alguna respuesta a la situación que estaba viviendo, quedó paralizado. El miedo fue el responsable.
En muchos momentos a lo largo del texto bíblico, el ser humano es desafiado a quitar sus ojos de su propia persona para poder alzarlos.
Jehová dijo a Abraham: “Alza ahora tus ojos y mira desde el lugar donde estás. Porque toda la tierra que ves la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Le dijo “quita tu mirada sobre tu propia persona y mira hacia adelante. ¡Tengo recursos extraordinarios para ti!”
Jesús dijo: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega”. Les dijo: “quiten su mirada en ustedes mismos y miren hacia adelante. ¡Tengo oportunidades únicas para sus vidas!”
El salmista declaraba: “Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos, la luna y las estrellas que pusiste en su lugar, me pregunto: ¿Qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que de ellos te ocupes? Oh, Señor nuestro, ¡tu majestuoso nombre llena toda la tierra!”
David eleva su mirada al cielo y se maravilla. Se mira a sí mismo y se siente poca cosa. Vuelve a elevar su vista y termina definitivamente maravillado.
4. Una mirada hacia el Señor Jesús
Cuando proyectó esta cuarta mirada, escuchó al Señor llamarle: “Hombre de poca fe”, y automáticamente le pregunta: ¿Por qué dudaste?
Dicho de otra manera, “¿por qué proyectaste otras tres miradas antes de fijar tu vista en mí? ¿Por qué distrajiste tu mirada en cosas buenas, pero en las cuales era imposible encontrar solución?”
Si alguien vivió una situación similar a la de Pedro, ese fue el rey David. En medio de una inmensa confusión, él se hace la pregunta del millón: ¿Por qué a los buenos les va mal y a los malos le va bien?
A lo largo del Salmo 73, al hacerse esta pregunta, observa a las personas y no tiene respuesta, pero sí mucha confusión. Observa las circunstancias y tampoco obtiene respuesta, y más confusión aún. Se observa a sí mismo en relación a la situación y sigue careciendo de respuesta, mientras la confusión llega a un límite impensado. Pero en el versículo 17 nos dice que, al entrar en el santuario de Dios, al entrar en la presencia de Dios, es decir, al proyectar su vista en la persona del Señor, es allí donde obtiene respuesta. Es allí donde el panorama se vislumbra. Es ahí, y sólo ahí donde comprende el fin de los malos.
El salmista declara:
“Levanto la vista hacia las montañas, y me pregunto: ¿Viene de allí mi ayuda? Mi ayuda viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.
Le preguntaron a Helen Keller, escritora estadounidense sordociega: ¿Qué podría ser peor que la ceguera? Ella contestó: “Tener la vista y no tener visión”.
Quisiera desafiarte a que proyectes tu mirada en la persona de Jesús. Éste es el desafío que nos deja la carta a los Hebreos cuando declara: “Ya que estamos rodeados por una enorme multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Esto lo hacemos al fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe”.
“Señor, haz que pueda proyectar mi mirada en ti. Que ninguna tempestad me paralice y me haga hundir”.
Esta serie de Esteban Amigó sobre Pedro es extraordinaria. Tremenda inspiración para nosotros y un llamado a renovar nuestra fe.