DÍA DE LOS REYES MAGOS
En varios países de América Latina, el 6 de enero es un día especial para quienes profesamos la fe cristiana. En cualquier almanaque colgado en la cocina o en algún otro rincón de la casa, se podrá ver que en ese casillero hay una referencia ineludible cada año: el Día de los Reyes Magos. Por supuesto que esa terminología es un derivado de tantas traducciones e interpretaciones que se vienen haciendo de la Biblia a lo largo de 20 siglos. Lo cierto es que no se trataba de tres hombres que hacían magia, ni tampoco de reyes propiamente dicho, ya que no ejercían la monarquía en ninguna región. Eran, ni más ni menos que personas estudiosas, sabias, provenientes de Oriente, y que frecuentemente eran consultados por los mandatarios cuando tenían alguna cuestión de resolución complicada.
La sabiduría y los estudios que estos sabios habían realizado en los días de Jesús, desembocaron en la conclusión de que una estrella los dirigiría al lugar preciso donde se encontraría el Mesías tan esperado. La historia es bien conocida. Repasémosla a través de la maravillosa adaptación de Biblia El Mensaje:
“Luego del nacimiento de Jesús en la aldea de Belén, en el territorio de Judá (esto ocurrió durante el reinado de Herodes), llegó a Jerusalén un grupo de sabios del Oriente. Estos comenzaron a preguntar: —¿Dónde podemos encontrar y rendir homenaje al recién nacido rey de los judíos? Observamos una estrella en el cielo del Oriente que anunciaba su nacimiento y hemos venido a adorarlo.
Cuando Herodes supo lo que los sabios preguntaban, se aterrorizó; y no solo él, sino también la mayoría de Jerusalén. Herodes no perdió tiempo. Reunió a todos los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley de la ciudad y les preguntó:
—¿Dónde se supone que va a nacer el Mesías?
—En Belén, territorio de Judá —le respondieron—. El profeta Miqueas lo escribió con claridad:“Eres tú, Belén, en tierra de Judá,
que ya no serás la última.
De ti saldrá el líder
que pastoreará y gobernará a mi pueblo, mi Israel”.
Herodes organizó entonces una reunión secreta con los sabios del Oriente y, tras fingir ser tan devoto como ellos, consiguió que le dijeran exactamente cuándo apareció la estrella que anunciaba el nacimiento. Después les contó la profecía sobre Belén y les dijo:
—Vayan en busca de ese niño. No dejen un rincón sin averiguar. En cuanto lo encuentren, me avisan, para unirme inmediatamente a ustedes a adorarlo.
Siguiendo las instrucciones del rey, se pusieron en marcha. Entonces apareció de nuevo la estrella, la misma que habían visto en los cielos del Oriente. Esta los guio hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Apenas pudieron contenerse. ¡Estaban en el lugar correcto! ¡Habían llegado en el momento preciso!Entraron en la casa y vieron al niño en brazos de María, su madre. Sobrecogidos, se arrodillaron y lo adoraron. Luego abrieron su equipaje y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Luego, en un sueño, recibieron la advertencia de que no debían avisar a Herodes. Así que encontraron otra ruta, salieron del territorio sin ser vistos y regresaron a su país”.
(Mateo 2:1-12).
Cada vez que se hace referencia a estos sabios de Oriente, pareciera que su participación en el principal evento en la historia de la humanidad se reduce solo a los tres famosos regalos que le llevaron al Señor recién nacido: oro, incienso y mirra. Pero descuidamos otros detalles cruciales que contribuyeron para que aquel niño que había nacido para salvarnos continuara su existir.
Hace algunas semanas, compartí un pensamiento relacionado con José, el padre adoptivo de Jesús, a quien poca importancia se le da en esta historia, pero que, sin embargo, su papel tuvo una relevancia vital para que la integridad de Jesús fuese protegida. Con los sabios de oriente pasa algo similar. ¿Qué hubiese pasado si volvían a Herodes y le indicaban el lugar donde descansaba el niño Jesús? Ellos tenían una orden expresa: regresar e informar al Rey dónde se hallaba el Salvador. Sin embargo, fueron sensibles a la voz de Dios, quien en sueños les reveló los macabros planes de Herodes. A pesar de peligrar sus vidas, decidieron obedecer a Dios y, a escondidas, regresaron a su país por otro camino.
“Dios, queremos encontrar el sentido a estas personas que aparecen en tu historia, y aunque a veces los reducimos al nivel de actores de reparto, entendemos que han tenido un papel protagónico, poniendo en riesgo sus propias vidas con tal de obedecerte. Hoy tú nos pides mucho menos que eso; ayúdanos a estar a la altura de ese pedido, y que obedecerte a Ti sea nuestra prioridad”.