Un hombre con espíritu superior no pasa desapercibido (vs.3).
El texto nos dice que “el rey pensó en poner a Daniel por sobre todo el reino”. En el sermón del monte, Jesús mencionó dos elementos: la sal y la luz. Dijo en primer lugar, “ustedes son la sal de la tierra. Pero ¿para qué sirve la sal si ha perdido su sabor? ¿Puede lograr que vuelva a ser salada? La descartarán y pisotearán como algo que no tiene ningún valor”.
La sal es aquel elemento que le da sabor a los alimentos. La sal no es el alimento, la sal simplemente le da consistencia al alimento. La sal se deja sentir sobre el alimento condimentado. En definitiva, la sal lo vuelve atractivo. Pero si ésta pierde su sabor, la descartarán y lo pisotearán como algo que no tiene ningún valor. ¡La analogía es clara!
Dijo en segundo lugar, “ustedes son la luz del mundo, como una ciudad en lo alto de una colina que no puede esconderse. Nadie enciende una lámpara y luego la pone debajo de una canasta. En cambio, la coloca en un lugar alto donde ilumina a todos los que están en la casa”.
¿Tiene sentido esconder una luz? Sería un disparate, ¿no? Perdería el propósito por el cual fue diseñada. Sería un despropósito que tú y yo pasásemos desapercibidos en nuestro entorno.
Un hombre con espíritu superior es una persona íntegra (vs.4).
Dice el texto que “buscaban ocasión para acusar a Daniel, pero no hallaban ocasión alguna o falta, porque él era fiel y ningún vicio ni falta fue hallado en él”.
La palabra integridad viene de la misma raíz latina que entero y sugiere la totalidad de la persona. Una persona de integridad vive correctamente, no está dividida, ni es una persona diferente en circunstancias diferentes. Una persona de integridad es la misma persona en privado que en público. En definitiva, soy íntegro cuando “entre el dicho y el hecho no tengo trecho”.
La historia da cuenta de que un presidente argentino llamó a la ciudadanía a regular el uso de la energía eléctrica durante el verano de 1989. Hubo para eso cortes programados de luz. Durante uno de esos períodos, un asesor cultural de ese presidente entró a la casa de gobierno para verle. Cuando llega observa al político totalmente sudado y con las ventanas abiertas, para que entrase algo de aire en un día agobiante de calor. Le preguntó por qué no había encendido su aire acondicionado, a lo que él le contestó: “No puedo pedirle a la gente que haga cosas que yo mismo no estoy dispuesto a hacer, cueste lo que cueste”. ¡Eso se llama integridad!
Jesús condena una y otra vez la falta de integridad usando como ejemplo a los fariseos y saduceos. Lo expresa de esta manera: “Todo lo que digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; más no hagas conforme a sus obras, porque dicen y no hacen”.
Un gran pensador dijo: “No hay peor cosa que un buen consejo, seguido de un mal ejemplo”. ¿No resulta paradójico haber utilizado a un político para ejemplificar la integridad y a un grupo de religiosos para ejemplificar la falta de integridad?
Santiago describe al falto de integridad de esta manera: “Su lealtad está dividida entre Dios y el mundo y es inestable en todo lo que hace”.
El cantautor español Marcos Vidal afirma en una de sus canciones: “No hay compromiso bilateral, estás dentro o simplemente no estás, estás en la barca o te hundes en el mar, no hay compromiso bilateral”.
“Amado Dios, quiero ser íntegro. Que mis palabras coincidan con mis hechos; que mi compromiso sea contigo y no con el mundo”.