El diccionario define la palabra enemigo como aquel que tiene mala voluntad hacia otra persona, y le desea o hace mal.
Oscar Wilde decía: “Elijo a mis enemigos por su inteligencia. No tengo ni uno sólo que sea tonto. Son todos de cierta talla intelectual y en consecuencia todos ellos terminan apreciándome”. Alguien dijo: “La grandeza de un líder se mide por el tamaño de sus enemigos”.
Si alguien fue un enorme líder, ese fue el Señor Jesús. Si alguien tuvo grandes enemigos, ese fue el Señor Jesús. ¿Quiénes eran sus enemigos? No fueron sus compatriotas, es decir, los propios judíos; no fueron los romanos, imperio que sojuzgaba al pueblo de Israel; no fue la clase política, aunque tuvo un papel importante para que Jesús llegase a la cruz. Sus enemigos fueron, definitivamente, los religiosos.
Dentro de los religiosos debemos distinguir dos grandes grupos: fariseos y saduceos. Ambos eran religiosos por igual, pero tenían sus diferencias: los fariseos sumaban a la ley, es decir, al Antiguo Testamento, sus propias tradiciones humanas, convirtiéndolas en doctrina. Jesús los condenaba por eso. Ellos creían en la resurrección, sin embargo, tenían algunas dudas. Por eso se preguntaban: ¿El hombre resucitaría vestido o desnudo? Si lo hacía vestido, ¿lo haría con las ropas con que había muerto o con otras? Sostenían que los hombres resucitarían con los mismos defectos con los cuales y a causa de los cuales murieron, de lo contrario ¡no se trataría de la misma persona! Afirmaban que todos los judíos resucitarían en Palestina, la tierra prometida. ¿Cómo sucedería esto? Debajo de la tierra había túneles por los cuales rodaban los cuerpos de los judíos que habían sido sepultados en otras tierras, hasta llegar a Palestina. Afirmaban que cualquiera que negaba la resurrección de los muertos, estaba separado de Dios. Este último dato no es menor, ya que demuestra la rispidez que existía entre ellos y el segundo grupo: los saduceos.
Los saduceos, a diferencia de los anteriores, restaban doctrina a la ley. Rechazaban la doctrina de la resurrección, razón por la cual la pregunta formulada a Jesús en el pasaje que observamos hoy convertía la doctrina de la resurrección del cuerpo en un absurdo. Permíteme ejemplificarlo. Es como si yo me encontrase con una persona que no es cristiana, ésta me confesase que cree en la reencarnación y yo le expresase que, como cristiano, no creo en esa cuestión ya que se contrapone a lo que la Biblia enseña, pero acto seguido le preguntase: ¿Qué habré sido yo en mi vida pasada? ¿No sería esto un disparate? ¡Esto hicieron los saduceos con Jesús! ¡Le preguntaron detalles de una doctrina en la cual no creían!
Básicamente le interrogaron acerca de una costumbre judía llamada casamiento por levirato. Un hombre sin descendencia moría: su hermano se casaba con la viuda y éste le daba hijos a su hermano. Ante la ley eran hijos de su hermano. Si el hombre se negaba a casarse (Dt. 25:5-10), ambos debían ir a ver a los ancianos. La mujer debía desatar el zapato del hombre, escupirle en la cara y maldecirlo. A partir de ese momento el hombre vivía bajo “la marca del rechazo”.
La pregunta puntual de los saduceos a Jesús fue: Cuando llegue el momento de la resurrección, ¿cuál será el esposo de esta mujer que se casó tantas veces?
Déjame decirte que, si el planteo de los saduceos fue disparatado, la respuesta de Jesús a ese planteo fue contundente. Les dijo: “Erráis, ignorando las escrituras y el poder de Dios”. Dicho de otra manera, les dijo: “se equivocan, desaciertan, erran al blanco, producto de no conocer las escrituras y el poder de Dios”. ¡Es increíble que un grupo de religiosos escuchase semejante descripción de parte de Jesús!
Quisiera llevarte a pensar durante los próximos dos días, en cuatro modelos de cristianos, qué surgen de la combinación de estos dos elementos que el Señor citó como claves en la vida de cualquier cristiano: las escrituras y el poder de Dios.
“Señor, que podamos aprender a través de esta serie de estudios, el modelo de cristiano que tú quieres que seamos”.