Satanás tiene el síndrome de equipo chico frente a una gran potencia deportiva. Sabe que tiene el partido perdido, pero quiere perderlo por la menor diferencia posible. Para esto nos instaló a los cristianos un chip con una frase recurrente: “Lean la Palabra”. Y consiguió en algunos que tuviéramos una obligación con nuestra conciencia que, para calmar la demanda, leamos a las apuradas, sin detenernos casi a meditar y, menos, a vivir eso que leemos. Pero cumplimos con el capítulo diario y la lectura en un año, a veces…
¡Está mal! La Biblia no es ninguna “calma conciencias”. Es el libro que contiene la mismísima palabra de Dios. Debe ser el norte de nuestra brújula. Y la verdad es que nos negamos a seguir siendo ya “niños fluctuantes llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Efesios 4:14) e inexpertos crónicos que sólo nos alimentamos de leche (Hebreos 5:13).
Ahora, ¿dónde estuvo el desvío? ¿Dónde tergiversé las formas de Jesús en Juan 8:31 (…“si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos…”), malentendiendo que una lectura rápida y sin compromiso era todo lo que mi vida necesita? Siendo que Él dejó claro en Mateo 28:19-20 que el discipulado es la idea matriz para andar en su Camino. ¿En qué momento dejé de mirar en el espejo que es la iglesia primitiva (“¿Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles…” ¿Hechos 2:42), restándole fuerza a una de las actitudes que convirtió a aquel grupo de personas en el principal modelo a emular?
Mañana continuaremos desgranando las argucias del enemigo para hacernos caer y producir un enfriamiento de nuestra relación con Dios. Mientras, oramos:
“Querido Dios, que mi vida no sea una rutina o una serie de reglas a seguir para lograr un récord. Que el momento de meditación en tu Palabra sea tal que cambie mi día y produzca una transformación en mi ser”.