La ansiedad es un sentimiento de miedo, temor e inquietud. La ansiedad (del latín anxietas: angustia, aflicción) es un mecanismo de defensa natural del organismo frente a estímulos externos o internos que son percibidos por el individuo como amenazantes o peligrosos y se acompaña de un sentimiento desagradable o de síntomas somáticos de tensión.
El problema surge cuando el estrés provocado por la ansiedad se activa en situaciones no amenazantes para la persona. Un cuadro inusual, patológico de ansiedad, se conoce como trastorno de ansiedad. Por lo tanto, cierto grado de ansiedad es incluso deseable para el manejo normal de las exigencias o demandas del medio ambiente. Únicamente cuando sobrepasa cierta intensidad —desequilibrio de los sistemas de respuesta normal de ansiedad— o se supera la capacidad adaptativa entre el individuo y el medio ambiente, es cuando la ansiedad se convierte en patológica.
La resiliencia, en psicología, es la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, etc. “La resiliencia potencia la felicidad”. La resiliencia o entereza es la capacidad para adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos.
Ante un diagnóstico adverso de salud un gran cirujano me dijo: “Gabriel, acá no comienza una ‘gran batalla’ sino ¡pequeñas batallas diarias!”
¡Guau! ¡Cuánta sabiduría! No les puedo explicar la perspectiva tan sabia que me acababa de dar esta eminencia en salud.
La ansiedad es una emoción positiva que se activa ante una amenaza o problema en nuestras vidas, con el fin de activar nuestro cuerpo para estar listo para enfrentarla. Pero cuando pensamos que los recursos que tenemos no van a poder mitigar al o a las amenazas, esa ansiedad puede transformarse en un trastorno.
Todos en nuestra vida nos enfrentamos a distintas adversidades: un jefe mala onda, alguna relación tóxica, podemos vivir en hogares disfuncionales, enfermedades, etc…
Nos gustaría, así como sucedió con David y Goliat, que con una piedrita bastara para derribar al gigante, ¿no? Pero muchas veces no es así, el gigante está de pie delante de nosotros por tiempo, la montaña es alta y el escalarla nos lleva tiempo.
¡Qué bueno que tengamos este recurso de poder encontrar una perspectiva que nos sirva: “Un día a la vez”! El atomizar el problema a una ración diaria sin pensar en el resultado final, sino en el presente.
Mi victoria, tan sólo de un día, me hace más fuerte para el día siguiente. Empiezo a adquirir competencias (paciencia, creatividad, conocimiento, etc.) para poder seguir avanzando, superándome, y debilitando de a poco a esos gigantes. ¿Y si un día no puedo? No pasa nada, mañana puedo empezar nuevamente. Mi ansiedad se aquieta porque es más fácil manejar un día a día.
Ahí empieza nuestra resiliencia sanadora, un camino diario, pero constante. Poder pedir ayuda a algún profesional, psicólogo, coach, algún “sabio” de nuestro entorno, etc. Transitar también la vulnerabilidad.
Y desde ya, para aquellos que tiene esa luz de la fe en Dios, simplemente ir al Él porque como nos dice Pedro: “Pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque Él cuida de ustedes”.
Luego dijo Jesús: “Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28).
¡Esto sí es un plus! Esa paz, ese descanso, esa dirección, Dios nos las ofrece. ¡Buena batalla en tu día a día! ¡No estás sólo!
“Señor, quita de mí toda ansiedad. Ayúdame a enfrentar cada día con fe, que pueda rodearme de personas sabias que me den herramientas y me ayuden a creer. ¡Transforma mi ansiedad en resiliencia!”