Hay tipos inusuales. Alfredo era uno de esos. Hay tipos inusuales que dejan una huella imposible de borrar. Alfredo era uno de esos. Hay tipos geniales, cuya genialidad desborda desde un alta voz hasta murmullos y susurros de su existencia en las esquinas y lugares más recónditos del planeta. Alfredo era uno de esos.
Cuando empecé a involucrarme en traducción bíblica escuchaba esos murmullos, comentarios sobre su genialidad, sobre su trabajo, sobre sus convicciones. Muchos de mis colegas habían trabajado con él, pero tristemente, para mi tiempo Alfredo ya se había retirado. Aun así, siempre estaba presente, en las decisiones de traducción que había tomado, en sus posiciones sobre ciertos formatos, y las vueltas que le daba a un texto poético para que se acercara a las decisiones que el autor bíblico había tomado en hebreo eran acrobáticas ¡y acertadas!
Leyenda.
Su trabajo lo vemos en versiones como Dios Habla Hoy (DHH), Traducción al Lenguaje Actual (TLA), Reina Valera Contemporánea (RVC), Nueva Versión Internacional (NVI), y en un gran número de traducciones a lenguas indígenas en las que trabajó como consultor cuando se desempeñaba en ese papel para Sociedades Bíblicas Unidas. Más de cuarenta años de servicio activo en la obra bíblica.
¿Lo más irónico de todo (pero así es el sentido del humor divino)? Alfredo no pensaba trabajar en traducción bíblica. Su ingreso al campo fue accidental, una invitación inusual que lo llevó a ampliar sus estudios y luego a involucrarse en una de las traducciones más populares al día de hoy.
Antropólogo, lingüista, poeta, discípulo de Cristo, amante de la alegría y la vida, para sus amigos, el mejor de los amigos, y para sus alumnos, un gran mentor. Gente como Alfredo (y no exagero) no nace todos los días, pero cuando mueren: una semilla es sembrada, su huella (ante la imposibilidad de que algunos pies quepan en sus zapatos) motiva a otros a continuar por los caminos todavía no recorridos en traducción de la Biblia.
Nunca nos vimos en persona, aunque en varias ocasiones conversamos en diferentes espacios virtuales en los que nos tocó trabajar juntos, y hablamos sobre acuerdos y desacuerdos (había desacuerdos con Alfredo, como pasa con todos los genios). Me quedé con el deseo de apretar su mano y decirle en persona lo mucho que lo admiramos.
Algún día se lo diré.
¡Hasta luego, Alfredo!