No nos gusta sufrir, pero el dolor hay que atravesarlo. En un primer momento no podemos creer el por qué nos está pasando a nosotros esa situación y negamos que nos esté ocurriendo. Luego, nos enojamos con todo lo que esté a nuestro alrededor, inclusive con Dios. Comenzamos a negociar con Él: “yo te voy a servir si…”, “te voy a dar tal y tal cosa si Tú haces un milagro”. Hasta recurrimos al chantaje: “¿Qué van a decir de ti que eres Dios si no obras?”, y nos atrevemos hasta a ordenarle.
Cuando la situación continúa, sentimos un gran dolor que nos atraviesa como una lanza pesada y no nos deja levantarnos. Tardamos tiempo en sanar. Estamos deprimidos. Ya no nos quedan más lágrimas. Nos cantamos: “¡Vamos, no puede estar triste el corazón que ama a Cristo!”, para luego entender, “¿y por qué no puede estarlo?”
Tardamos tiempo en aceptar lo que nos pasa. Lentamente, muy lentamente, vamos cayendo en la realidad de nuestra vida. Despacio, muy despacio, nos damos cuenta de que no somos inmortales, que sentimos, que vivimos, que hay otros a nuestro alrededor y que lo que antes nos parecía muy importante, ahora no lo es.
Lentamente, muy lentamente, vamos de a poco levantándonos y damos el primer paso hacia adelante. Dejamos que el amor de Dios nos sane a través de maneras impensadas. Se acerca un hermano y sin saber, nos da ese abrazo sin palabras que necesitábamos. Abrimos las Escrituras y cada verso cobra un nuevo significado. Esa reunión a la que no íbamos por “falta de tiempo”, ahora es nuestra prioridad. Aquella alabanza que antes repetíamos ahora es nuestra adoración.
Avanzamos. Nuestra perspectiva cambia, nuestro amor a Dios crece, nuestro interior es distinto. Nos volvemos empáticos con el que sufre. Ya no somos los mismos, hemos evolucionado.
Romanos 8:28 se ha hecho carne en nuestra vida: “A los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien”, y esa ayuda es hacia adentro y es buena. ¡Avanzamos! ¡Ya lo atravesamos! ¿Y las circunstancias externas? Esas ya no importan. Ya se convirtieron en estanques…
“Señor, tengo en ti mis fuerzas, mi corazón está en tus caminos. Sin embargo, Tú sabes lo que me está costando atravesar esta situación tan difícil y triste para mí. Ayúdame a avanzar, aunque lo haga con lágrimas y obra en mi interior para bien en cada paso. Tú eres mi lugar seguro, mi fuente de vida eterna”.