Scooter es un cachorrito muy juguetón cuyo dueño es un niño de 9 años, Juan Patricio. Una mañana en la puerta de la casa apareció Hope, una perra de avanzada edad, sucia, enferma, lastimada. La familia le dio comida, agua, la asió y le permitió permanecer en el jardín. Poco a poco Hope se fue ganando el corazón de cada integrante de la familia hospedadora y pronto formó parte de la misma.
Juan Patricio está feliz porque tiene dos mascotas. Todos los días puede jugar con ellos, pero Hope aún no está en condiciones físicas favorables. Es ahí donde Scooter entra en juego. No sólo adoptó a Hope como madre, sino que cura sus heridas. Esas heridas que sólo un tercero puede sanar.
Esta historia me llevó a pensar en la enseñanza espiritual. Muchas veces creemos que las heridas se curan solas o que sólo con la intervención divida es suficiente. Pero hay un mandato implícito al que pocas veces le damos la entidad de mandato: “que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”.
Cuando como humanos reconocemos que necesitamos a otro ser humano que nos cobije y que sea una persona a quien podemos amar como Jesús amó, nos damos cuenta de que Dios nos dio esa virtud de curar la herida que el lastimado por sí sólo no puede curar. No es que Dios necesite de nuestra ayuda, nosotros necesitamos que el Creador se manifieste en otra persona que se asemeje a Él. Somos artífices de amor, porque Jesús nos amó primero y nos llamó AMIGOS. Somos portadores de amor porque Dios puso en nosotros tanto la necesidad de asistir a otro como la de necesitarnos unos a otros.
Scooter y Hope, dos animalitos lo viven naturalmente, ¡cuánto más los seres humanos que vivimos una vida cristiana plena y de dependencia de Dios!
“Señor, gracias por los amigos y las personas que pones a mi alrededor para curar mis heridas. Gracias también por permitirme curar las heridas de otros en tu representación. ¡Gracias por la amistad que pusiste entre tú y la humanidad! ¡Gracias, también por mirarme como tu amiga!”