Hay una verdad que como cristianos sabemos, o creemos saber, pero que es absoluta: podemos vivir en completa paz. Es una promesa de Dios. Es clara la Palabra de Dios, pero parecería que a veces, no es tan sencilla de vivirla.
Sabemos que todos tenemos preocupaciones que llaman a la puerta de nuestra vida y no las podemos evitar. El asunto sería: ¿qué hacemos con ellas? ¿Las invitamos a que hagan morada en nuestro corazón y se arraiguen en nuestra alma o las dejamos a los pies de Jesús para que él se ocupe y así poder vivir libres?
El problema es que a veces, muy a menudo, lamentablemente, la ansiedad nos domina y nos miente. ¿Cómo que nos miente? Claro, la ansiedad nos hace creer que ciertas actitudes que tenemos son parte de nuestra personalidad y pensamos equivocadamente. “Y bueno, soy así”. “Me preocupo, porque si no, nadie lo va a hacer”. Queremos solucionar todo inmediatamente. No aprendimos a esperar. No podemos dominar nuestros pensamientos.
La ansiedad es como el mal aliente: todos se dan cuenta, menos uno. La ansiedad es un mal tan nocivo. No nos permite disfrutar del ahora, nos mantiene atados, pensando en lo que podría pasar en el futuro. Y no nos permite disfrutar de la misericordia de Dios, que es nueva cada mañana.
¿Te pasó que no pudiste dormir muchas veces, pensando en un asunto que tienes que resolver al día siguiente, pensando y poniendo en tu mente cada palabra que, supuestamente usarías, argumentos válidos que dirías para solucionar el problema? Porque puestamente saber cómo hacerlo y tienes toda la razón. Pero resulta que al llegar el momento de solucionar o aclarar cosas, nada sucede como lo pensaste. Es más, pasó todo lo contrario lo único que conseguiste fue perder paz, esperanza y confianza. Además de desperdiciar tiempo y energía.
La realidad es que nada se puede solucionar porque nos preocupemos demás. A veces estamos tan agobiados que no podemos ver con claridad. Pero Dios es siempre claro en su palabra: “No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esa paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús” (Fil. 4:6, 7).
Es muy claro. Jesús nos dice. “Mi yugo es fácil y ligera mi carga”. Nada va a cambiar si nos angustiamos y preocupamos. Dios nos invita a creer en sus promesas y a declarar todos los días. No importa las circunstancias que toque enfrentar, que Él tiene todo bajo control. Que nada escapa de su vista y que sus planes para nuestra vida son buenos siempre. Tenemos que darle el control, el timón de nuestra vida. Es una decisión de todos los días.
Es tiempo de revelación. Dios sigue sentado en su trono. Aprendamos entonces cada día, a ir al trono de su gracia, sentándonos en la mesa con el Rey, que siempre está para nosotros. Entonces, tomará nuestras cargas y depositará en nuestras vidas de su paz sin medida, esa que sobrepasa todo entendimiento y guarda nuestros corazones para siempre. Entonces, se verá claro: la ansiedad no tiene lugar en nuestras vidas. Jesús es suficiente.
“Dios, ayúdame a vivir día a día, confiando en tus promesas fieles y verdaderas. Enséñame a descansar en ti y a fijar mis ojos en ti. No me moveré de ti, Señor Jesús. Solo en ti confío. No tendré temor de lo por venir. Caminaré de victoria en victoria. Tu mano no me suelta jamás. Tú eres mi paz”.