Era un niño que no sabía por dónde empezar. Aunque en mi casa nadie iba a una iglesia no sé bien por qué había un Nuevo Testamento con algunos libros denominados de fácil lectura. Sólo recuerdo que una tarde comencé a leerlo y cada párrafo me llegaba al alma.
Y leí que una cosa en la que se resumía todo: “Amar a Dios y amar al prójimo”. Tan sencillo que un niño como yo podía entenderlo, tan amplio que a lo largo de los años trazó mi rumbo y despejó mis dudas, y tan profundo que quedó guardado en mi corazón hasta el día de hoy.
Tal vez de eso se trate también el “ser como niños”, no solo de ser crédulos y puros, sino en lo práctico, simple y claro de vivir amando. Recuerdo que ese fue el comienzo de todo para mí, y lo sigue siendo.
No importa cuando fuiste ese niño, sino que no te olvides de serlo.
“Señor, hazme como un niño, con esa inocencia para creer, y con esa genuinidad que nos hace amar al prójimo en la forma en que tú quieres que lo hagamos”.