En la Biblia se nos insta a tomar la espada de verdad, calzarnos con el evangelio, ponernos la coraza de justicia, el yelmo de la salvación. Tenemos una guerra y es contra la serpiente antigua, contra Satanás y sus potestades, contra el príncipe de este siglo. Pero el problema es que muchas veces algo se nos pierde en el camino, olvidamos quiénes somos en Dios.
Hay una película que en parte me ha hecho vislumbrar este acontecimiento en los hijos de Dios. “…Tú has perdido mucho de tu… muchosidad…”, dijo el sombrerero al ver que Alicia no quería pelear con la espada nórdica y vencer a la malvada Reina Roja (“Alicia en el país de las maravillas”).
Como a Alicia, llega un momento que, olvidamos quiénes somos y perdemos la muchosidad, la pasión, la entrega, la convicción, la fe. Parece ser que creemos no ser capaces de resistir; que nos hemos olvidado quién nos gobierna, quién es nuestro capitán en jefe.
En muchas ocasiones caemos presos de las emociones, que es totalmente natural, somos seres emocionales, pero en ciertos casos éstas nos dicen que somos demasiado indignos, impuros, y falentes para hacer frente a nuestro adversario.
Si digo: “No me acordaré más de él ni hablaré más en su nombre”, entonces su palabra es en mi corazón como un fuego, un fuego ardiente que penetra hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más”. (Jeremías 20:9).
Jeremías también estaba perdiendo su muchosidad, se estaba dejando afectar por lo que los demás pensaban de él, si le creían o no le creían, si hacían lo que él les decía o no lo hacían. Pero cuando esa pasión se encendía en él y entendía quién era, todo se disipaba.
Alicia recupera su muchosidad cuando recuerda su identidad, toma la espada nórdica, vence y cae el imperio de la malvada reina roja y la reina blanca gobierna en paz. Sí, es solo una película; que si la lleváramos al plano espiritual, (ya que todo nos ayuda a bien a los que amamos al Señor), podría enseñarnos que si recordamos quiénes somos y recuperáramos nuestra pasión, tomaremos la espada de Dios, enfrentaremos al enemigo y veremos que su gobierno no tiene poder ni autoridad.
Jeremías termina haciendo una declaración gloriosa: “Pero el Señor está conmigo como campeón temible; por tanto, mis perseguidores tropezarán y no prevalecerán”. (Jer. 20:11a).
“Señor, tu nos conoces y sabes quiénes somos, nos has examinado y conocido, nada te es oculto. Ayúdanos a portar la armadura que nos has dejado, ayúdanos a entender que nuestra guerra no es con las personas, aviva nuestra pasión y si hemos perdido nuestra identidad en ti, ayúdanos a recuperarla, que no olvidemos tu primer amor. Recuérdanos quiénes somos en ti, y haznos más que victoriosos en tu nombre”.