Oro frecuentemente el Salmo 141:3 porque sé que cada día necesito ayuda con mi boca. Quiero que el Espíritu Santo me dé convicción cuando estoy hablando demasiado, cuando estoy diciendo cosas que no debería, cuando estoy hablando negativamente, cuando me estoy quejando, cuando estoy sonando severa o cuando me he enredado en cualquier otra clase de “charlas indebidas”.
Toda cosa que ofenda a Dios en nuestra conversación, debe ser eliminada. Es por esto que necesitamos orar continuamente: “Señor, ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios”.
Otra escritura sobre la importancia de vigilar lo que decimos es el Salmo 17:3: “¡No pasarán por mis labios palabras como las de otra gente!”. Esto dice que es necesario proponerse guardar nuestras bocas de hablar cosas malas o negativas. Nos resolvemos a no hablarlas. Cualquier cosa que hablamos en esta vida de fe, debemos hacerla a propósito. Elegimos disciplinarnos. Eso no es necesariamente fácil, pero comienza con una decisión seria. Durante los tiempos difíciles, cuando la tormenta está rugiendo, necesitamos proponernos guardar nuestras bocas de las transgresiones.
Una tercera escritura que oro regularmente sobre el tema es el Salmo 19:14: “Sean, pues, aceptables ante ti mis palabras y mis pensamientos, oh Señor, Roca mía y Redentor mío”.
¿Estás teniendo dificultades con tu boca? Ora la Palabra. La Palabra de Dios es lo que trae el poder del Espíritu Santo. Deja que esas escrituras sean el grito de tu corazón. Sé sincero en tu deseo de ganar la victoria en esta área, y mientras buscas a Dios para que te ayude, comienza a darte cuenta de que estás cambiando. Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, y puede hacerlo por ti también; Él no hace diferencias entre las personas (Hechos 10:34). Todos los que siguen las directrices ordenadas por Dios, obtienen resultados ordenados por Dios.
Haz esta oración comprometiéndote a ejercer control sobre tu boca: “Señor, oro que me ayudes a desarrollar sensibilidad al Espíritu Santo en todo lo concerniente a mi manera de hablar. No quiero ser obstinado como un caballo o una mula que no obedecen ni un poquito sin una brida. Quiero moverme en tu dirección cuando me des un suave golpecito. Pon un guardia sobre mis labios y permite que todas mis palabras sean aceptables a tus ojos, oh Señor, mi Fortaleza y mi Redentor. En el nombre de Jesús, amén”.
Tomado de “La Biblia de la vida diaria”, de Joyce Meyer. Una publicación de Casa Creación. Usado con permiso.