No existe en este mundo una persona que no haya tenido miedo. Este sentimiento es como un arma de doble filo: nos impulsa a actuar o nos paraliza, Puede ser real o imaginario. Puede ser dominado o dominarnos. La verdad es que, la mayoría de las veces, el miedo es un sentimiento que nos hace sufrir. En general, tiene su origen en tres aspectos de nuestra vida: pérdida, desesperación y oposición.
Tenemos miedo de perder algo precioso: nuestros padres o nuestros hijos, la familia, en general; los amigos, el trabajo, la salud, etc. Cuando ese miedo nos invade, la única solución es arrojarnos a los brazos de Dios y confiar en su amor, en que Él es quien nos sostendrá.
Frecuentemente, la desesperación nos atormenta cuando nuestras expectativas no son reales; es decir, cuando nuestra realidad dista mucho de aquella que nos gustaría estar viviendo. Así, si advertimos la distancia que nos separa de nuestras metas, notamos que estamos más lejos que la que esperábamos: entonces, sentimos miedo de no poder alcanzar nunca nuestro objetivo. Cuando ello sucede, es importante y sabio que entreguemos nuestra vida y nuestras necesidades a Dios; porque sólo Él es capaz de cuidarnos, dándonos lo que necesitamos y no lo que queremos.
Finalmente, tenemos miedo cuando el peligro y la incertidumbre rondan nuestra vida. Sufrimos por el miedo a la violencia, a las enfermedades, a las amenazas, al futuro, etc. Jesús, que conoció los mismos sufrimientos contra los que luchamos, nos dio valor: “Ustedes van a sufrir en este mundo; pero tengan valor. Yo vencí al mundo” (Juan 16:33). De la misma manera, Josué enfrentó un gran desafío, pero Dios lo consoló y lo fortaleció. Le prometió estar a su lado en todas partes y en todas las batallas y decisiones. Observamos que esta promesa no sólo fue hecha a Josué o al pueblo de Israel, sino que actualmente continúa siendo verdadera y efectiva para todos nosotros.
Si permitimos que el Señor le dé paz a nuestro corazón atemorizado y ansioso, si confiamos y dependemos de Él, seguramente sentiremos su paz, aun en medio de las tempestades.
“Señor, ayúdanos a que cada día nuestra confianza y esperanza estén en Ti. Que no dependamos de nuestra fuerza, conocimiento, sino de tu poder, de tu guía. Tú eres nuestra paz y descansamos en tus brazos. Gracias por estar con nosotros, siempre”.